Día a día. II

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Cuatro horas de viaje en coche y ya no podía más. Me sentía completamente agotado. Encima ayer tuve una media discusión con Eva que no me dejaba respirar con tranquilidad. ¿Quería casarse o me lo había parecido a mí? Quisiera o no, yo tenía un anillo desde hacía un tiempo y el día de nuestro aniversario pensaba dárselo y pedirle de nuevo que fuera mi esposa. Pese a que me hacía el duro como si no casarme con ella no me importase, en el fondo lo deseaba con ansias.

Subí las escaleras del edificio porque el ascensor parecía haberse vuelto a estropear y llegué al tercer piso minutos más tarde, ya que mi lentitud era patente por lo que pesaban aquellas dos maletas. Eran las cuatro de la tarde y si había querido llegar justo a esta hora era para encontrarme a Eva sola en casa. No le había dicho nada de mi llegada, simplemente quería que fuese una sorpresa. La necesitaba tanto que abrí con rapidez la puerta del piso y enseguida entré sin hacer apenas ruido para que la sorpresa fuese mayor. Escuché un pequeño ruido proveniente de nuestra habitación y, dejando las maletas en el recibidor, me dirigí allí con pasos lentos y suaves. En cuanto hube llegado, miré hacia dentro y vi a Eva de espaldas extendiendo unas sábanas encima de la cama. Tarareaba una canción que no llegué a descifrar y su cabello estaba recogido en una coleta alta que se movía de un lado a otro. Ya de espaldas era la mujer más preciosa del mundo.

Antes que acabara de hacer la cama, me acerqué sigilosamente por detrás y en cuanto la tuve más cerca me lancé sobre ella y la obligué a girarse. Ella me miró con cara de sorpresa por el susto que acababa de darle y noté como su corazón latía apresuradamente.

-¡Eres un idiota! ¡Casi me matas de un infarto! –Me golpeó la espalda casi sin fuerzas y yo reí levemente ante su cabreo. Me encantaba asustarla.

-¿Te he dicho alguna vez que eres la mayor gruñona que conozco? –Arrugó su nariz como solía hacer cuando algo le mosqueaba y me miró los labios.

-¿Y yo te he dicho alguna vez que un novio no desaparece durante dos semanas?

-¡Venga ya! ¿Desaparecer? Te he llamado cada día. –Acerqué mis labios a su cuello y lo besé con ternura, aunque con un toque sensual que a ella pareció gustarle al sentir como se le erizaba la piel.

-Sí, claro, y ahora el señorito quiere hacerlo porque ha estado dos semanas a pan y agua. ¡Já! –Se separó de mí con rabia y volvió a apoderarse de las sábanas. -¿Qué pasa? ¿Qué la hawaiana con pechos enormes no te ha dado lo tuyo? –Esta vez me puse serio, aunque intenté que no fuera del todo.

-¿De dónde te has sacado esa estupidez, mi amor? –Me acerqué a ella por detrás y la obligué de nuevo a que se girara. -¿Qué tiene que ver en todo esto una hawaiana?

-Bueno, hawaiana o no...

-Era una brasileña. –Le quise poner un poco de humor al asuntillo, pero en vez de fomentar la diversión, fomenté las ganas de matarme que tenía Eva. Me fulminó con la mirada, cogió un cojín de la cama y me lo tiró a la cara. Yo no me quedé quieto y en cuanto el cojín cayó al suelo, di dos pasos, abracé a Eva y la tiré a la cama y yo encima de ella.

Eva pegó un gritito histérico e intentó levantarse, pero no pudo ya que la aplastaba. Acaricié con ternura su rostro y ella finalmente pareció rendirse, suspirando y sin dejar de mirar mis labios con descaro.

-No me hacen gracia tus bromas. –Dijo en un tono infantiloide.

-¿Me perdonas? –Se quedó callada durante unos segundos, pero finalmente dijo que sí.

-¿Seguro que has estado en una convención? –Me lo preguntó con un miedo que no llegaba a entender.

-Vamos a ver, mi vida. –Me eché a un lado y me apoyé en mi codo, ella hizo lo mismo. -¿Crees que puedo irme con otra amándote como te amo?

3 ARCO IRIS EN LA CIUDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora