Juntos pese a todo. II

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-Lo he adivinado yo solito- Dije enfurruñado y mirándola con el ceño fruncido, mientras pensaba, de forma contrariada, lo guapa que estaba con ese toque de preocupación en su rostro.

-Pero... Pero... - No sabía qué decir e intentaba apartar la mirada de la mía.

-¿Por qué me mentiste? ¿Por qué me dijiste que te tomabas la píldora? - Soné furioso, y es que lo estaba. Que me mintiese era lo peor que podía hacer- Si no te la quieres tomar me lo dices y ya me preocuparé yo, ¡pero sé sincera! - Me miró con tristeza, sabiendo que ella solo pensaba en una cosa- No creas que por esto no lo voy a querer- Levantó la cabeza con timidez- Pero... Se supone que es algo que deberíamos haber hablado los dos y decidirlo juntos-

-Pero yo te lo pregunté y no querías, cosa que me dio el valor suficiente como para hacerlo yo misma- Se sentó de nuevo al borde de la cama y yo me eché un poco al lado para poder contemplarla mejor.

Me hizo gracia lo último dicho por ella. Resultaba gracioso.

-Siento comunicarte que para eso me has necesitado a mí- La miré de reojo esperando una reacción de ojos abiertos por su parte, pero en vez de eso me dio un pequeño golpetazo en el brazo, sin tener en cuenta que yo estaba en un hospital por algo.

-¡Oh, sí, claro! Como dijo Juan Donoso Cortés: "Hay que unirse, no para estar juntos, sino para hacer algo juntos"- Había clavado la cita, para no variar.

Esta vez fue ella quien apartó de nuevo mi comida y se acurrucó un poco más a mí. Me cogió de las manos con destreza y me besó en ellas.

-No estoy enfadado- Supe que aquella era su preocupación- Solo asustado- Recalqué la última palabra con preocupación.

El parto de Tom fue desastroso y casi la perdí. No podía pasar por lo mismo, porqué esta vez quizá sí la perdería para siempre si algo volvía a ir mal, cosa que creía verdaderamente.

-¿Asustado? - Acabó por estirarse junto a mí envuelta por mis palabras, sin darse cuenta que me apretaba muy fuerte las manos.

-No puedo... - Tragué saliva al notar un pinchazo en el corazón. El médico me dijo que debía aprender a controlar mis emociones, pero con Eva ahí, mirándome, no podía hacerlo ni por asomo.

Se acurrucó un poco más y acabó por poner su cabeza encima del cojín.

-No puedo perderte, Eva- Susurré su nombre como si fuera el más precioso sobre la faz de la tierra y acaricié su pequeño rostro con una ternura que jamás encontraría en nadie más, porque nadie la amaría nunca como yo la amaba.

-¿Y por qué ibas a perderme? - Su dulce voz me provocó temblores. Dos semanas sin ella y ahora deseaba besarla sin reparo- El embarazo va ir a las mil maravillas. Dejaré de hacer horas extras en el trabajo y en casa intentaré descansar más. Ya verás como va a ser redondo- Se la veía ilusionada.

Recordé como antes odiaba hablar de su época de embarazo, recordando cuando Naia le daba patadas o lo que le dolía la espalda, y ahora resulta que tener hijos parecía ser una de sus motivaciones en la vida. Desde luego, las personas cambian, o es que en realidad siempre fueron así y llevaban puesta una careta.

-De verdad, estoy muerto de miedo. Estoy asustado- Me brillaron los ojos, dándole a entender que era cierto como me sentía.

No podía llegar a pensar en una vida donde ella no estuviese para consolarme, hacerme sonreír, para amarme, para sentirme protegido. Muchas veces se da el error de creer que, en una pareja, el hombre es el que protege a la mujer, pero no, no es así, porque yo sentía como era Eva la que me protegía.

3 ARCO IRIS EN LA CIUDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora