0. El Loco

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Cuando me desperté noté la boca pastosa. Intenté mover la lengua, pero descubrí que me costaba mucho. Con el sabor ferroso de la sangre entre los dientes paladeé un par de veces y boqueé como un pez otras cuantas.

Me dolía la cabeza. Me daba vueltas y me pesaba, me costaba mover el cuello. Me dolía todo el cuerpo y sentía frío. Sentía un dolor punzante en el muslo, al igual que en el brazo y en el costado. Intenté moverme, pero el dolor se agudizó y un gemido, debido al grito que trataba de ahogar, salió por mi garganta.

- Mierda - maldije, oyéndome por primera vez la voz ronca. Tenía la boca seca.

Admitiendo que no sería capaz de moverme, intenté abrir los ojos. Los notaba pegados por las pestañas, pero al menos no tendría que usar más músculos que los de la cara.

Parpadeé para encontrarme con las altas copas de los árboles, frondosas, de amarillentas hojas. Era de día; el sol se colaba entre ellas y me molestaba en un ojo. Guiñándolo, gruñí y giré la cabeza para ver dónde estaba. El olor a sudor y a humo me llegaba de cerca, y estaba casi segura de que era yo.

Una pequeña hoguera ardía a mis pies. Descubrí que estaba tumbada sobre unas pieles, en aquel rincón del bosque.

Tragué saliva.

Una flecha me ensartaba el muslo, justo por encima de la rodilla. Una náusea me vino a la boca, la cabeza comenzó a zumbarme de nuevo. Respiré hondo y traté de calmarme. Mi vista se centró en la flecha que tenía clavada en un costado, entre las costillas. Y sobre otra más, en el hombro izquierdo.

- Mierda, joder - maldije de nuevo. No podía moverme y no sabía dónde estaba.

La desesperación ya comenzaba a instalarse en mi pecho cuando oí acercarse los cascos de un caballo. Se acercaba, primero a galope, y después al paso. Una voz de hombre se alzó a mi espalda:

- Estás despierta - dijo, deteniendo el caballo.

- Sí - dije con esfuerzo, apretando los dientes. Moví el cuello a los lados, tratando de ver la cara de quien me hablaba; sin conseguirlo.

Oí un silbido, y más caballos se acercaron.

Las patas de los caballos aparecieron en mi campo de visión, rodeándome. Cuando alcé la vista, nada se inmutó en mi interior. Entrecerré los ojos ante la visión de los tres centauros, con sus largos cabellos trenzados, sus arcos cargados; apuntando sus flechas hacia mi.

- ¿Vais a matarme? - me reí, mirando a uno de ellos; el que tenía los ojos azules.

Tras mirarme largamente, bajó el arco. Sus compañeros hicieron lo mismo.

- ¿Cómo te sientes? - me preguntó el de los ojos verdes, acercándose a mi. Yo sonreí.

- Como un pincho moruno - dije.

El centauro de los ojos verdes me sonrió. Dobló sus patas de corcel y se sentó a mi lado.

- ¿Cómo te llamas? - me preguntó.

Me molestaba la espalda, así que intenté incorporarme. El brazo derecho no me hizo caso, pero fue como si me cortaran el izquierdo con un cuchillo afilado. Salió por mi garganta un alarido de dolor sin poder evitarlo.

El centauro de los ojos verdes me cogió la cabeza, y con sus grandes manos me cogió por la espalda, con cuidado, y me ayudó a incorporarme.

MurielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora