Restos de mí

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Hello~

A veces cuando quiero publicar soy una cosa pero bárbara xD

Por siempre suyo, un pequeño Kaos. 








Pov de Erina

—¿Te gusta lo que ves?— escueto, molesta. Quizá estoy delirando, pues no se me ocurre otra razón por la cual estoy hablando contra la cortina negra del callejón.

Y de nuevo, no escucho nada.

Contuve un sollozo y limpié mis estúpidas lágrimas al pasar la manga de mi chaqueta. ¿A quién le estoy hablando? Es muy decepcionante que mis últimas energías sean utilizadas para hablarle a mi subconsciente.

Siento mucho frío.

—¿Temes a lo que está por venir, Erina?

Abrí los ojos como si se me fuesen a salir de las cuencas y sentí un jadeo brotar de mis labios de forma involuntaria. De pronto, toda la sangre de mi cuerpo se estanca a borbotones en mi corazón, mientras mi pecho sube y baja de forma acelerada.

Tuve miedo de mirar, pero me obligué a hacerlo. Delante de mí, tenía la mirada más salvaje y extraña que haya visto; dos ojos grandes como faroles, de un iris extraño y vibrante, me miraban encontrando diversión en mi demacrado aspecto.

Intenté enfocarlo mejor, pero era inútil. La oscuridad parecía fusionarse con él y sus ojos eran anormalmente descarados, sin embargo; no hacía otra cosa más que mirarme. Me encabronaba. Quería que acortara cualquier aspecto físico de mí, que me quitase el corazón de un cuajo.

¿Por qué la necesidad de jugar conmigo?

—No temo —dije, con apenas un hilo de voz. Quizá entenderá que no me ando por las ramas y eso lo motive a terminar nuestro asunto.

Una risa se le escapó ¿Acaso había dicho algo divertido?

—¿Por qué?— preguntó, sus extrañas pupilas no se separaban de mí, creo que, me atrevo a decir que, ni siquiera ha parpadeado un solo segundo.

Ahora fui yo quien no reprimió una risa.

Creo que es la primera vez que alguien es condescendiente conmigo, aunque no sería mi parte favorita que me humanizara en este punto.

—¿Es una broma? —hice una mueca de una sonrisa triste. Mi vista comenzaba a nublarse y sentía los labios temblorosos.

Era increíble lo calmada que me sentía, como si pudiera liberar un gran peso de mis hombros. De pronto, del cielo empezó a cubrirnos el manto de la lluvia; el frío calaba mis huesos y la sangre comenzaba a saltar en pequeñas gotas en el charco a mi alrededor.

No, no tenía miedo. Pero había algo a lo que temía más que a nada.

Lo miré directamente a los ojos, cogí aire y abrí la boca, lista para confesarle mi más grande temor, cuando mis fuerzas me abandonaron, solo fui consciente de lo último que dije: —No temo a desaparecer — poco a poco, mi cuerpo se empezó a declinar y mis párpados comenzaron a cerrarse —Temo a volver empezar...y olvidar todo este dolor.

—¿Y si pudieras tener el poder de regresar ese dolor? ¿Qué estarías dispuesta a dar a cambio?

—Todo de mí— dije, segura de mí misma.

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