Capítulo 4- Falsas negociaciones

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—No debiste haberle tocado ni un cabello...— una voz monótona e iracunda resuena tras de mí.

Al alzar la vista, la mirada acusadora de Alice y Ryo me perforan como si quisieran atravesarme. Yo no puedo hacer nada, solo veo la forma dolorosa en que Erina lucha contra sus propias heridas. Pedazos de piel caen de sus brazos y la veo apretar la mandíbula a un punto en que puedo ver hilos rojos de sangre correr por su mentón.

Duele, duele demasiado. Lo repite y lo grita tantas veces que empieza a contagiarme, a hacerme sentir culpable de su agonía.

—Ayúdenla...— digo con mi voz hecha un hilo de dolor. No puedo soportar que se siga quemando, que siga sufriendo —Alice...— suplico a nada más conectar con la mirada carmesí y ella parece inescrutable. —Ayúdala...por favor...

Mis últimas palabras parecen hacerla reaccionar y la noto liberar un suspiro cansado.

—No hay mucho que podamos hacer— interviene Ryo, quien parece convencido de sus propias palabras; aquellas que sentencia por completo a Erina —Ella debe sanar por sí sola...

¿Por sí sola?

Hace minutos que Erina lucha contra el dolor, pero las heridas no parecen minorar en nada. Alice me explica que tomará horas para que ella pueda normalizarse, sin embargo; mientras esperamos a que eso pase, ella sufre.

—Solo podemos aliviar el dolor...— Alice hace una seña a Ryo y ambos empiezan a acercarse a Erina. Hago lo posible por querer ofrecer mi ayuda, pero las palabras que suelta Alice me mantienen a raya: —Ni siquiera se te ocurra...— vocifera con un tinte ácido que no disimula —, ya le has hecho mucho daño. En estos momentos tienes la bendición de un ángel, si la tocas será peor.

Y me quedó ahí, como un estorbo y un peligro.

Alice ordena a Ryo que tome a Erina, la cual accede sin muchas quejas bajo sus cuidados. Veo que la llevan hasta el baño de mi habitación y les sigo a una distancia prudente. Alice deja correr el agua fría de la regadera y la tina comienza a llenarse.

Ryo deja que el cuerpo de Erina repose contra la tina y ella se queja de inmediato por el dolor del agua frotándose contra sus heridas. Muerdo mi labio con nerviosismo e incertidumbre. No sé qué pasa, pero no puedo hacer otra cosa más que mirar.

—Vamos, cariño— dice Alice a Erina con una voz firme y esperanzadora. Noto que le duele ver a su amiga de esa forma; lo sé por la manera que la rabia colorea sus facciones. Alice debe saber quién y por qué le ha hecho daño a Erina —Si quieres...podemos volver a casa...— dice en un murmuro —, te recuperarás mejor si volvemos al infierno.

Inmediatamente siento la sangre estancarse en mi corazón. La sugerencia me toma por sorpresa y creo que no pasa desapercibido para Ryo, quien parece atento a cada una de mis expresiones.

—No— susurra Erina conmocionada. Noto que se abraza a sus piernas y sus manos tiemblan, pero todo su cuerpo irradia determinación al mismo tiempo. Puede que las heridas quemen, pero parece dispuesta a soportarlo apenas le han dicho de volver al infierno —No hace falta, Alice.

—Erina— Ryo intercambia miradas con Alice, ambos parecen muy serios al respecto —Tu aspecto físico es muy débil en la tierra...sanarás mejor en el infierno.

—He dicho que no quiero— el tinte de odio verbera en la voz de Erina.

—Si no lo haces— Alice se cruza de brazos —, será demasiado tarde cuando quieras volver.

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