El Heredero

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Aquella cálida noche de agosto, el heredero al trono, Alphonse, celebraba un elegante banquete en los jardines de palacio

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Aquella cálida noche de agosto, el heredero al trono, Alphonse, celebraba un elegante banquete en los jardines de palacio. Se trataba de un acto que, como todo el mundo sabía ya, cumplía con objetivos dispares pero muy necesarios: el primero, homenajear a su difunto padre, que había fallecido dos días atrás; el segundo, empezar a granjearse el apoyo y la ayuda de nobles, personas importantes y altos cargos del país; y el último, y el que más preocupaba a la población, encontrar una esposa que le permitiera acceder legítimamente al trono.

Por supuesto, las cosas no eran como antaño. No necesitaba desposarse con una princesa para ello, pero las ordenanzas reales exigían que el heredero contrajera y consumara su matrimonio para poder reinar. Pero Alphonse había dedicado su alocada juventud a ir de flor en flor, y no había sentado cabeza a sus treinta y tantos años. Sin embargo, el repentino fallecimiento de su padre, debido a complicaciones de la edad, le obligaba a hacerlo si quería alcanzar sus intereses.

No os engañéis, no le costaría conseguirlo. Era muy apuesto y por supuesto muchas mujeres se peleaban por él. Sin embargo, y aquí es donde entro yo, al príncipe no le interesaba cualquiera. Él buscaba una mujer inteligente, culta, respetada. Y mis amigas habían conseguido que me llegara una invitación de su parte.

Nunca debí hacerme amiga de las hijas de los ricachones del país.

Pero, en fin, eso es agua pasada. Habían extendido rumores y habían conseguido que me llegara una invitación. A la doctora en medicina forense. Todas creyeron que, pese a que me resultara un fastidio, sería una gran oportunidad para mí. Que quizá él podría convencerme. Yo les dije que sí perezosamente, sólo por hacer que callaran.

Lo que no sabían, era que en realidad sí me interesaba ir a la fiesta.

Me había puesto el vestido más caro que tenía, y por supuesto el que mejor me quedaba. Un elegante y, quizá, un poco descarado vestido de seda negro. Con un escote que llegaba prácticamente hasta el ombligo, dejando mis piernas casi al descubierto, cruzando los muslos en diagonal para terminar en una pequeña cola que caía sobre mi rodilla izquierda, y cubriendo solamente el brazo derecho con una manga ancha, resaltaba enormemente mi figura. Era atractiva y bien lo sabía, y esa noche tenía que sacarle el mejor partido a mis aptitudes. Me había plantado los tacones más altos que tenía, los que me destrozaban los pies. Me había pintado los labios de negro y me había sombreado los ojos con el mismo color, me había recogido mi largo pelo negro en un elegante moño y me había puesto mis pendientes de aro de oro, los que usaba para las reuniones importantes en el trabajo (porque a veces había que vestir bien), un anillo de plata y un broche con la imagen de una rosa que me habían dado mis amigas y que me había puesto en el vestido, bajo la clavícula izquierda.

Por supuesto, había tenido que quitarme los cinco piercings que llevaba en la oreja izquierda y el de la nariz, y había tenido que cubrirme ciertos tatuajes de los brazos con maquillaje, pero para lucir "bien" hay que sufrir. Ya me arreglaría cuando acabara la fiesta.

Antología: Brillo ArcoírisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora