En el mes del orgullo queremos mostrar la diversidad que forma nuestra sociedad. En esta antología podréis encontrar representación muy diversa con toques de fantasía, acción, romance, narrativa juvenil, humor, etc.
¡Déjate cautivar por el brillo ar...
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Aquella noche la luna nueva reinaba soberana en un cielo oscuro y sin estrellas.
En la vieja mansión de la abuelita, cientos de ojos amarillos se alzaron desde las ventanas para contemplarla. Sabían que algo estaba a punto de pasar, que alguien más estaba por llegar.
Los gatos siempre sabían esas cosas.
El primero en descender fue Zadkiel, aterrizando con suavidad sobre el césped parduzco. Sus alas blancas contrastaban con la negrura que parecía cebarse con aquel lugar y su cabello rubio, normalmente cuidadosamente peinado hacia atrás, caía sobre su rostro tras haber sido revuelto por el frío viento del este.
Mientras el ángel contemplaba la fachada de madera carcomida por el tiempo, Malek cayó cerca de él como un meteorito, formando un cráter bajo sus botas.
—¿Podemos no prender fuego a la casa antes de heredarla, por favor? —rogó Zadkiel, tapándose el rostro en un gesto de desesperación.
—Pensaba que íbamos a heredar el dinero, no la basura entera —replicó el otro, cerrando sus alas oscuras y sacando un pitillo de su chaqueta.
—La condición que ha puesto padre para que nos casemos es aceptar la herencia de la abuelita, lo cual incluye el edificio. Mira, tenemos que pasar aquí dos semanas y firmar los papeles y eso es lo que vamos a hacer—alegó el ángel, muy decidido.
—¿Por qué tenemos que hacer siempre lo que diga el viejo? —protestó el demonio, encendiendo el cigarrillo de su boca con un dedo.
Zadkiel lo miró de reojo con toda la furia que podía reunir un ángel de la templanza y comenzó a caminar hacia la casa que se alzaba contra el horizonte.
Tras subir los tres escalones de madera chirriante, el ángel comenzó a buscar en sus bolsillos las llaves de la entrada.
—¡Las llaves las tengo yo! —exclamó Malek a su espalda, sonriendo con el pitillo en la boca.
El ángel ahogó un grito e impulsó toda su desesperación hacia afuera, creando una ola de energía que se llevó por delante la puerta, haciéndola añicos.
Había sido un día demasiado largo.
Malek se acercó a su compañero y le pasó un brazo sobre los hombros.
Desde el porche, contemplaron juntos la profunda oscuridad que emanaba desde el interior de la casa. Un olor extraño, mezcla de incienso, humedad y problemas, se alzó desde las tablas podridas del suelo hasta llegar a ellos, mezclándose con el aire que respiraban sus pulmones.
—Bueno. No hay luz. Tendremos que buscar el...
El demonio no dejó acabar la frase de Zadkiel.
Extendiendo los brazos y elevando la voz emitió un grito profano, que heló al ángel hasta los huesos.