El relicario del pescador

75 14 16
                                    


Se estaba acercando la festividad más importante de Orraz, mi pueblo, en la que se juntaba gente de todos los oficios en casetas para vender sus productos y sacarse unas monedas ya que lo peor había sido el incremento de impuestos del rey y sus se...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Se estaba acercando la festividad más importante de Orraz, mi pueblo, en la que se juntaba gente de todos los oficios en casetas para vender sus productos y sacarse unas monedas ya que lo peor había sido el incremento de impuestos del rey y sus señores.

A veces hasta veíamos puestos de otros pueblos y eso me alegraba bastante porque podía conocer a personas distintas al resto de las que sueles hallar en este sitio tan recóndito.

Puede que deteste vivir aquí, pero lo que anhelo es ver mundo y marcharme. Sin embargo, estoy atada... Atada porque nací mujer en un mundo de hombres.

—Abuela, ¿has visto a Lennus? Me dijo que me ayudaría a llevar estas cajas a nuestra caseta de la plaza —dijo señalando la pila que había detrás de un saco de patatas

—Naxua, si ahí están las patatas, ¿puede que esté con los limones? —respondió mientras cortaba unos pimientos encima de una mesa de madera con un cuchillo ligeramente afilado—. Además, su gata no está por aquí. Dice que los limones son mágicos —dijo dejando el cuchillo y girando su cabeza para ver a su nieta a los ojos.

—Abuela... También decía eso de las patatas —comentó con un leve tono de pesadez.

—Bueno, quizá lo sean, ¿no lo has pensado? ¿Pasaría algo malo? —preguntó con una tierna sonrisa.

—Pues claro que no, es mi hermano pequeño. Y aunque no lo fuera, a mí estas cosas nunca me molestaron. Ya sabes cómo nos crío padre, es decir, tu hijo. —soltó casi gritando puesto que no soportaba recordar esas miradas y esas voces cargadas de discriminación hacia algo que ni siquiera conocían. Volvió a mirar a su abuela, algo más calmada, y respiró profundamente —. Perdón, es que...

—No te preocupes, cielo, lo sé —le dio una palmada en el hombro y sonrió porque sabía que su nieta cargaba más de lo que podía imaginar.

—¿Estáis llorando porque se han acabado las patatas y la abuela ya no hará comida deliciosa? ¿Puedo llorar yo también? —dijo Lennus al entrar con un saco de limones y uno cortado por la mitad.

—Lennus, no... Pero me vas a ayudar a llevar cosas a la plaza —confirmó antes de que su hermano tuviera tiempo de improvisar una excusa.

—Y yo mientras ordenaré la cocina y terminaré lo que estaba haciendo. Os he preparado algo por el camino —indicó la bolsa marrón al lado de las cajas, la cual estaba llena de comida.

En el mismo momento que Naxua iba a salir por la puerta, un mensajero oficial del ejército real hizo su aparición a tres metros de distancia. Iba en un caballo marrón moteado común del ejército, pero nada habitual en aquellos territorios de Arum.

—Buenos días —saludó el mensajero con mucha prisa—, ¿es este el hogar de la familia Fra? —preguntó tras revisar un mapa y una lista de nombres que traía consigo.

Antología: Brillo ArcoírisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora