El cordel más alto del tendedero

155 27 88
                                    

Mai no era una chica que brillase por su buen carácter

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mai no era una chica que brillase por su buen carácter. No le gustaba encargarse de las tareas que su madre le asignaba en casa, no le gustaba la gente de su aldea y no le gustaba el tono con el que los adultos le decían que con lo guapa que era seguro que conseguía un buen marido que sustentase a su futura familia. Y Mai era de esas personas que se encargaba de dejar claro cuando algo no le gustaba, lo cual, eventualmente, acababa siendo un problema.

—¿Se puede saber qué no has entendido de la frase "me da exactamente igual lo que digas, vas a ir al baile", jovencita?

Mai soltó un gruñido irritado y apretó sus manos con fuerza.

—¡Mai! ¡Que estoy harta de que tu reacción a todo sea gruñir y estar enfadada, que no eres una vaca!

—¿Y quién ha dicho que yo quiera ser una vaca? ¡Solo quiero que me dejes en paz!

Mai y su madre estaban gritándose, como era habitual. Era una rutina bastante marcada y asentada en sus vidas que seguía siempre un mismo patrón. Mai se levantaba con su madre sentada al lado de su cama con una sonrisa con la que le pedía algo que sabía que su hija iba negarse a hacer en rotundo. Una vez dada la negativa, la sonrisa desaparecía de los labios de la mujer y comenzaba a apretar con fuerza la mandíbula. Ahí era cuando ambas sabían que iba a comenzar la pelea.

El tema podía ir desde buscar un vestido nuevo que acentuase su cintura, aprender a cocinar algunos guisos o, en este caso, asistir al baile que el nuevo rey iba a celebrar esa misma noche. Y no es que Mai tuviese un inmenso odio a su madre y quisiese hacerla infeliz, como la misma sugería varias veces en sus peleas. El motivo de la continua negativa de Mai era que todo lo que su madre le pedía iba dirigido a un único propósito: encontrar un marido. Y Mai no quería un marido.

—¡¿Cómo pretendes que te deje en paz?! Eres mi primogénita y tienes edad de ir a un baile oficial, así que vas a ir porque lo digo yo —sentenció la mujer con vehemencia—. Vamos, tus hermanas estarían encantadas de poder asistir, a ver cuándo empiezas a valorar lo que se te da. Y a madurar un poco que ya va tocando.

Llevaban un rato peleándose. Mai ya estaba fuera de su cama, acabando de atarse con enfado las cuerdas de la espalda de su vestido y cepillando su pelo con insistencia. Miraba a la mujer con el ceño fruncido, intentando reflejar en sus ojos toda la ira que podía y evitando apretar la mandíbula porque eso era lo que hacía su madre. Fue entonces cuando vio el suspiro final; en ese momento, supo exactamente qué era lo que estaba a punto de decir.

—¿No pretenderás pasarte el resto de tu vida jugando en el campo con Elise, verdad? Ya eres mayorcita.

Mai acabó de ajustarse su recogido y salió de la habitación, dejando las quejas de su madre a sus espaldas. El suelo de madera, vencido con los años, crujía bajos sus pisadas y la escalera se resentía a cada paso enfadado que daba la joven.

Mai bajó a la cocina, dónde se encontraban sus dos hermanas hirviendo leche para el desayuno y su hermano pequeño sentado en un taburete. Les dio un beso en la cabeza a cada uno, evitó que sus hermanas se quemasen los dedos sirviéndoles ella la leche ya caliente y se despidió de ellos antes de salir por la puerta de su casa. Una vez ya fuera, con los rayos de sol dándole en la cara, Mai se permitió parar un momento a coger aire antes de seguir andando. Estaba muy cansada y el día solo acababa de empezar. Pero al menos iba a ver a Elise.

Antología: Brillo ArcoírisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora