Intento

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Recibí la carta un lunes por la tarde y el martes por la mañana volaba en dirección norte hacia un país de nombre impronunciable

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Recibí la carta un lunes por la tarde y el martes por la mañana volaba en dirección norte hacia un país de nombre impronunciable. Honestamente, nunca antes había oído hablar de él, ni lo encontré en los mapas, pero la chica de la agencia de viajes sonrió cuando se lo enseñé y se limitó a sacar los billetes mientras murmuraba:

—Ah, sí, es un lugar recóndito.

Cuando llegué al caserón de mi tía abuela, después de bajar del avión y recorrer el país en un coche de alquiler, ya era de noche. La carta decía que debía pasar dos semanas allí para recibir su herencia, también me advertía de que el lugar estaba maldito. Me pareció algo extraño para contar en una carta, pero la cifra de la herencia ascendía a varios ceros y por aquel entonces, no creía en fantasmas, así que crucé sin miedo el murete que daba al jardín mientras arrastraba una maleta más grande que yo.

Nada más entrar, debí darme cuenta de que sucedía algo extraño. A pesar de que la casa llevaba años deshabitada, los suelos estaban limpios, los techos libres de telarañas y el cristal de las lámparas brillaba como soles encerrados, pero estaba cansada, de malhumor y solo quería dormir y despotricar contra mi tía abuela. La verdad era que ni siquiera la conocí, y en el fondo me alegraba, al ver la enorme mansión victoriana, me la imaginaba como una vieja chiquitita con joroba, cara de rana y una arruga grande como un huevo en la nariz. Tal vez también con un gato. A veces tengo una imaginación un poco cruel.

No me molesté en buscar mi habitación. Subí las escaleras de caracol, abrí la primera puerta y me arrojé sobre la cama. Dormí hasta el día siguiente.

Cuando abrí los ojos, la Reina de las Hadas estaba junto a mí.

Cuando abrí los ojos, la Reina de las Hadas estaba junto a mí

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Se llamaba Sofía y le gustaban las pastas de té. A veces, lloraba al atardecer porque creía que los días que morían no se podrían recuperar y amaba la música de las ánimas enamoradas. Eso lo supe después, porque aquella mañana ella se limitó a mirarme con el ceño fruncido mientras exigía saber qué hacía allí. Le dije que era mi casa.

—No. La mujer que nació aquí se fue hace muchos años y tenía el pelo rubio, tú eres morena.

—Esa mujer ha muerto. —Le expliqué—. Me ha dejado esta casa.

Antología: Brillo ArcoírisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora