Parte 7: El tiempo y la espera.

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El tercer día de mi estancia allí se decidió por aparentar estabilidad. Al menos eso es lo que auguraba el resplandeciente sol en medio de un claro cielo. Apenas pude dar crédito cuando abrí la ventana de par en par y asomé la cabeza por ella. Como recuerdo de las pasadas tormentas sólo quedaba el olor a tierra húmeda.

Desayuné con la habitual calma en mí, decidiendo lo que me apetecía iniciar en aquel tranquilo día. Teniendo ciertas urgencias por abandonar el encierro al que las lluvias me habían obligado, resolví pasar aquel día tomando aire fresco. Quizás una pequeña excursión hasta el río para empezar.

Experimentando cierto goce ante esa idea, recogí lo que había usado en el desayuno con premura y me dirigí hacia mi habitación. Allí recolecté mi discman, un libro que encontré una de aquellas noches por casualidad y que nunca había terminado, un jersey que até a mi cintura y una manta sobre la que echarme bajo la sombra de un árbol.

Especulé con la idea de prepararme la cesta del pic. – nic, pero pensé que en el momento en que sintiera los primeros síntomas de hambruna retomaría el camino a casa. De todas formas, el tiempo que iba a pasar fuera era impreciso, dependiendo sobre todo de los factores atmosféricos.

Con decisión, salí de la casa rumbo a mi coche y me puse en marcha.

Comprobé con alivio que los cambios que había sufrido el lugar en el tracurso de aquellos años no había afectado lo más mínimo al río y a sus zonas colindantes. Aparqué el Audi en el lugar donde solíamos hacerlo mi padre y yo. Aquella resultaba ser la parte menos transitada, puesto que estaba en el lado opuesto del camino que llevaba al pueblo.
Saqué mis cosas y me asenté en el mismo árbol que tantas veces me había visto hacerlo. Puse la manta en el suelo, sobre la hierba y me senté sobre ella.

Permanecí un largo rato observando mi alrededor, percibiendo los casi inaudibles sonidos de la brisa acariciando las hojas y el ligero rumor del agua.
Sonreí, pensando en las interminables tardes que había pasado allí en compañía de mi padre. En ninguna ocasión lograba aburrirme. Estar con él era una experiencia nueva cada día, siempre haciéndome reír y aprender a partes iguales. Siempre tuvo tanto que ofrecerme que yo agradecía cada noche a Dios la suerte de tenerlo.

Pero él había muerto y Dios había dejado de existir al mismo tiempo.

Cogí el libro que había traído conmigo y comencé a leerlo desde el principio. Poco después lo abandonaba a un lado cuando el sueño vino a visitarme. La imagen de mi padre hizo que me apresurara a cerrar los ojos para soñarle.

La presencia de alguien cerca de mí logró que regresara de mi placentero sueño de repente. Abrí los ojos sobresaltada. Delante de mí se erguía la figura de Dave, ataviado con ropa informal, una gorra, una caña en una mano y una cesta de mimbre en la otra.

– ¿Te he asustado?

– Hola. –dije.

– No pretendía despertarte, acabo de llegar... –me pareció que estaba algo avergonzado.

– No te preocupes. –reprimí un bostezo y me erguí hasta quedar sentada.– ¿Vienes a pescar?

– sí. Pensé en aprovechar el estupendo día que hace hoy. Quizás mañana vuelva a llover.

Recordé que hoy era domingo y que probablemente era su día libre.

– Cierto. Yo pensé lo mismo. Me he pasado los últimos días encerrada en casa y necesitaba despejarme un poco.

- Bueno... –dijo dispuesto a irse.– Lamento haberte despertado.

- Te he dicho que no tiene importancia. ¿Quieres sentarte aquí un rato conmigo? – le pregunté, sorprendiéndome a mí misma.

Mi bella Camila; camren.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora