XXIII

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Dos días después me tumbaba, enormemente cansada, en el sofá de mi casa. El día en el hospital había sido de los más duros que podía recordar. O quizás fue que mi ánimo comenzaba a pasarme factura y cada cosa que hiciera me costaba un mundo.

Apenas había tenido tiempo para aclarar mis pensamientos. Aquellos días habían sido para mí una prueba de fuego. Había abortado las ganas de ir en busca de Camila, con el pensamiento de que quizás ella necesitaba el mismo espacio que yo para meditar lo que había ocurrido. Entre nosotras habían pasado muchas cosas y más tiempo aún. Estaba dispuesta a recuperar todo aquello, sin importar el precio que tuviera que pagar...

El teléfono sonó y maldije en voz baja. Mi primera intención fue de no cogerlo, pero al pensar que quizás era Alicia la que llamaba me hizo erguirme, a regañadientes eso sí, para coger el auricular.

Desde aquella fatídica noche en mi casa no habíamos vuelto a vernos. No me había llamado ni una sola vez. Supongo que ella era una persona a la que le costaba demasiado olvidar o perdonar. Quizás simplemente se había cansado de mí. Aún así, yo misma hacía tiempo que habá decidido abandonar aquella relación antes de que le hiciera daño. Fue ese mismo pensamiento el que de verdad me hizo levantarme de mi asiento.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando oí a mi madre al otro lado de la línea.

– Hola,mamá.

– Lauren, te llamo para invitarte a almorzar. ¿Qué te parece mañana?

Hice rodar los ojos. Después de lo que había pasado el día de la boda me esperaba algo así. Seguramente quería aclarar el aire de una vez por todas y dado el hecho de que parecía aceptar mi condición sexual con total normalidad... Tal vez incluso darme una charla maternal y de apoyo moral.

– ¿Mañana? –dudé.

– Sé que no tienes que ir al hospital mañana, así que si estás pensando en darme esa excusa, olvídalo.

– Supongo que no vas a aceptar que te dé una disculpa, ¿verdad?

– Exactamente. – aseguró con total convicción.– Realmente necesito hablar contigo, hija.

– De acuerdo. –cedí, zanjando el asunto.– ¿Qué tal sobre la una?

– Perfecto. Hasta mañana.

Cortó la comunicación entonces y yo volví a mi posición original, esperando que ninguna otra llamada enturbiara mi tan deseado descanso.

***

Entré en la casa de mi madre. Como era costumbre, Lourdes se apresuró a recibirme. Me plantó un sonoro beso en la mejilla y me sonrió abiertamente.

– Una gran fiesta la de la otra noche, ¿verdad?

Hice un mohín que procuré que ella no viera. La fiesta me había mantenido en pie hasta bien entrada la madrugada y cuando llegué a mi apartamento por fin, había dado gracias a los dioses por no tener más hermanos casaderos.

– Sí. Fantástica.

– Tu madre te está esperando en el salón. Debe haber oído que llegabas, no la hagas esperar.

– Gracias, Lourdes.

Me dirigí hacia el salón entonces. Ya no quedaba el mínimo rastro de la fiesta que allí mismo se había celebrado hacía tan sólo tres días. Parecía como si nunca se hubiera hecho allí. Cada cosa había sido devuelto a su justo lugar y en su justa posición. Estaba segura de que mi madre tenía memorizado cada pequeño objeto que allí habitaba.

– Hola. –la saludé nada más atisbarla sentada en su sofá preferido..Me acerqué a ella y la besé dulcemente en la mejilla.

Ella estaba enfrascada en la siempre difícil tarea de hacer ganchillo. No sé que demonios veía de entretenido en darle una y otra vez a aquella aguja. A mí sólo conseguió darme dolor de cabeza la única vez que lo intenté hacía ya muchos años.

Mi bella Camila; camren.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora