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Si un Dios esta escuchando mis plegarias, dejame vivir al menos un poco más.
Esa noche, lloré de suplica en medio de una ventisca de nieve, poco a poco dejaba de sentir calor en mis extremidades, siendo un niña en aquel entonces, todavía puedo recordar la oración en donde pedí auxilió y una segunda oportunidad.
El señor y la señora Smirnov fueron mis salvadores, poco tiempo después de estar a su lado, me adoptaron como su hija.
Era parte de una familia.
Con el pasar de los años, empezaba a darme cuenta que no era una familia común y corriente, ellos tenían el poder de ser amigos y enemigos a la vez de todas las personas en Snezhnaya, con la diferencia de que servimos ciegamente en La Zarina y todos los heraldos que lo componen. Somos como... Guardaespaldas para los heraldos pero para el resto, mafiosos que pueden hacer cualquier pedido a cambio de dinero
Como ahora, que sostenía el brazo de Childe, imponiendo que era su acompañante de aquel baile que se celebraba por el aniversario de la región.
—Estas tan preciosa como aquel día que los Smirnov te presentaron como su hija — Comentó Dottore con una copa en sus manos.
—Siempre tan halagador —Sonreí.
La charla entre él y Tartaglia siguió, no importaba si me excluían, mi única misión en este lugar era cuidar del bienestar del undécimo en este tiempo.
La música cambió el ambiente, y las personas caminaban hacia el centro para bailar con sus parejas.
—Me permite —Ví a Childe y su mano extendida; acepte sin dudarlo.
Su mano en mi cintura y sus pasos firmes hacían que la atención se guiará en nosotros, aquel vestido azul que poseía combinaba a la perfección con el traje del undécimo.
Todos aplaudieron cuando la música acabo, ambos hicimos una reverencia delante del otro antes de soltar una risa disimulada, fingimos ser elegantes cuando afuera éramos un completo desastre.
—Voy a tomar un poco de aire.
—Esta bien, pero no tardes, o sino alguna señorita intentará robarme. —Childe mostró aquella actitud de superior.
Rodé los ojos —Que te disfruten. —Reí al ver su cara perpleja.
El sonido de mi pisada era lo único que podía escuchar en el recorrido, la Luna solo alumbraba lo necesario del jardín principal en el que caminaba.
