Geraldine, la joven víctima

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Noviembre, 2018.

El sonido de unos nudillos tocando la puerta de mi habitación interrumpió el silencio que había dentro. Me quité un auricular y levanté la vista del diario donde estaba escribiendo la visita del señor López hace unos meses atrás, llevaba ya varias páginas escritas cuando Fausto llegó.

— Han llamado de un hospital mental en Washington — dijo, sin recordar el nombre del lugar —. Dijeron que un paciente quiere que le visite lo antes posible, su nombre es Eduardo... Geraldine ¿Le conoce de algún sitio?
— No... — miré fijamente a Fausto esperando más información al respecto mientras trataba pensar en el nombre de aquel sujeto, pero negué con la cabeza después.
— Hmm... quizá haya sido alguien que necesita contar algo, deberemos tener cuidado ¿Quiere ir o digo que no podrá?

Me tomé unos segundos recordando la experiencia con Polly y el asilo en ruinas — ¿Este fin de semana? — dije alzando los hombros sin tener idea siquiera del día que era.

— Dos boletos a Washington, vuelo de la noche — aseguró Fausto saliendo de la habitación.

Me reí un poco antes de darme cuenta que realmente nunca había estado en ese lugar, nunca había salido del país, aunque tenía visa y demás por necedad de Fausto, ahora y por suerte, sería útil.
Con mucha ayuda de Internet vimos el clima y averiguamos sobre el hospital que le habían dicho a Fausto; hice una maleta, no tenía costumbre de un viaje tan largo, menos porque me había llamado un desconocido. Me advirtieron sobre las turbulencias y de hecho al despegar sentí un vacío en el estómago, sudor frío; pero al momento de aterrizar el sentimiento de peligro ya no era tan fuerte aunque trataba de pensar en otras cosas que no fueran errores al llegar a tierra, me enfocaba en aquel paciente o de quién le había hablado de mí como para darle el número para contactar y qué ayuda podría ofrecer que no había hecho ya un centro médico o un sacerdote.
Un apartamento rentado por Airbnb, bastante cómodo y privado para estar en un edificio, nada mal. Habíamos llegado en la mañana y desde que habíamos salido del ascensor Fausto estaba al teléfono, diez minutos después cortó la llamada, estaba muy serio.

— Parece... que el señor Geraldine ha pedido que le visite porque está bastante grave desde hace dos días y ha soñado con alguien que le dijo su nombre — hizo una breve pausa —. De hecho, el paciente es joven, tiene dieciocho años, pero por problemas para dormir es que está internado. La doctora nos atenderá a la hora de la comida, en una cafetería cerca del hospital para darnos unos detalles.
— Entiendo... — dije analizando la situación, era más grave de lo que pensaba. Y por suerte Fausto me conocía demasiado bien como para no incomodarse con mi silencio.

El mediodía llegó, nos habíamos cambiado para estar presentables, pero sin llamar la atención de los pacientes de ese hospital. Al llegar a la cafetería una mujer joven y pelirroja alzó la mano, su peinado me recordaba a los de la década de 1940 con la coleta abajo y el flequillo rizado hacia dentro como una ola, aunque su bata blanca cubría su ropa, pude notar la referencia de la época muy marcada por los colores.
Nos acercamos, tomamos asiento. La doctora tenía un archivo en sus manos y una taza de café oscuro frente a ella, sin rastro de azúcar o crema en el café del que aún salía un poco de ese suave aroma de recién hecho.

— Esperamos no haya aguardado mucho, doctora — se disculpó Fausto por los dos mientras ajustaba su saco para acomodarse en la silla —. Ella es Verónica, a quien estaba localizando para su paciente.
— Un gusto, señorita Verónica. Soy la doctora Irvin. No se preocupe, acabo de salir del hospital, dejé avisado en cuanto les llamé por la mañana. — tomó un sorbo de café mientras abría el archivo.

De inmediato se vieron las imágenes del muchacho, la primera foto de cuando entró y alguna de las últimas en las que se notaba más pálido, delgado, con ojeras. No pude disimular, me había quedado viendo las imágenes, la doctora lo notó, pero no le afectó sino volteó el archivo para nosotros.
Él es Eduardo Geraldine, hace dos años ingresó al hospital por insomnio y delirios de persecución. Por más que hemos tratado, avanza dos pasos y retrocede cuatro; al inicio encontramos las pastillas debajo del colchón, pero los enfermeros nunca escuchan nada de su habitación, cuando revisan todo se ve tranquilo.

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