La Muerte también tiene sentimientos

2 0 0
                                    


ㅤㅤㅤㅤㅤ        †

La puerta delantera de la casa por fin se había cerrado luego de que una joven madre diera instrucciones a su hija, el silencio inundó por unos segundos la pequeña sala donde una niña con dos coletas bajaba su mano, mientras que con la otra sostenía su oso de felpa un poco roído pues era el único juguete que tenía.

La niña se volvió a la cocina, encendió la luz antes de entrar dejando al oso luego sobre la mesa. Sacó galletas, las puso en un plato y luego cerca del oso; sacó dos vasos, sirvió leche para luego poner uno en la silla donde se sentaba su madre, mientras que el otro lo tomó para ella. Como si la niña esperase que alguien llegara, pero no esperó.

Empezó a comer las galletas. Mojaba la galleta, la mordía y daba al oso, repitió con otra. Antes de tomar la tercera se detuvo viendo frente a ella.

— ¿No te gustan las galletas? — preguntó sin desviar la vista de lo que tenía enfrente. Esperó por largo rato una respuesta, pero nada.

La niña terminó con las cuatro galletas y los dos vasos de leche. Se dispuso a jugar, hasta que fue momento de dormirse aunque su madre no había regresado todavía así que era la única que ocupaba la cama. A la par de esta, pegado a la pared con cinta adhesiva, había un dibujo de dos chicas, "Clarita" y "Mamá" junto a una casa, un sol y oso de felpa.

— Mi mamá dice que cuando era muy pequeña, apenas teníamos para comer y que ahora ya puede comprar unas galletas para mí, que es poco, pero yo creo que es mucho. ¿Sabes? El día que hice eso, mamá me llevó a un lugar donde podía subir a unos juegos enormes, habían payasos... pude dibujar esto para mamá, casi lo rompen unos niños que me molestaban porque no tenía papá. Mamá dice que mientras estemos juntos, nada nos va a faltar.

Clarita, se durmió antes de recibir respuesta. A la mañana siguiente contó a su mamá que había pasado, pero ella lo tomó como un simple juego de niños. Pasaron los días en los que Clarita seguía contando de aquella persona que llegaba a visitar cuando ella salía a trabajar. No se hubiese preocupado de no haber visto que Clarita había dibujado a alguien más.

Ahora el dibujo tenía tres personajes, el nuevo parecía una chica, estaba entre Clarita y el oso de felpa, pintado de color negro sobre este solo habían dos letras "A" y "Z" un poco separadas. Esto la asustó, así que se decidió a vigilar a su hija poco antes de irse a trabajar.

Llegó el momento en el que Clarita se quedaría sola, como muchas otras noches, pero regresó para ver a través de las ventanas quien o que era aquello que su hija había dibujado. Pero solo vio a su hija hablar con su oso de felpa, jugar, reírse y no era algo de lo que tuviera que temer. Una niña que se quedaba sola tanto tiempo, tenía una imaginación muy grande, se calmó al recordar no habían crayones en casa sino un lápiz que ella usaba para "cosas de su trabajo". La mujer se fue tranquila.

— Mamá — dijo la niña interrumpiendo su juego y acercándose a su madre antes que ella saliera al trabajo —, llevas la misma ropa desde hace unos días ¿No se enojará tu jefe?

— No, Clarita.

— ¿Y tus amigas del trabajo?

— Tampoco lo harán. Ahora ven, dame un beso que debo irme ya.

Clarita se acercó, besó la mejilla de su madre en despedida y con su oso de felpa en la otra mano, le sonrió. La mujer cerró la puerta como siempre y la niña se volvió a la cocina donde encontró a su compañía sentada a la mesa.

— Mi madre está enferma — dijo viendo todavía la puerta de entrada —. Le besé la mejilla y estaba muy fría.

Clarita se volvió a quien estaba sentada al otro lado de la mesa. Una joven mujer vestida de negro, su cabello era igual, su piel era muy blanca.

— Clarita. Pequeña, tu madre no está enferma. ¿Recuerdas el día que vine por primera vez? — la niña asintió — Ese día lastimaron a tu madre, los golpes fueron tan fuertes que falleció... y yo he venido a llevarla a donde van las almas de los muertos.

— No... — interrumpió la niña — no, mamá. Ella ha venido ¡Yo la he visto!

— Ha sido su alma. Cada noche desde entonces va con la misma ropa y te pide un beso...

Clarita apenas pudo pronunciar algo ininteligible, las lágrimas salieron de sus ojos una tras otra y los sollozos invadieron la cocina. Las palabras que le habían dicho eran ciertas. Se abrazó a su oso de felpa, no solo era su favorito sino también de su madre.

Al recordar eso, la niña estiró sus brazos con el juguete entre sus manos, pedía que lo tomara a cambio de su madre; su inocencia le hacía entregar el objeto más valioso y que le daba felicidad. La Muerte se negó con un nudo en la garganta por el gesto de la niña.

Estando a punto de irse, Clarita sabía que su madre no volvería para contarle lo que hizo durante la noche, así que se aferró con todas sus fuerzas suplicando entre llantos ser llevada donde estuviese su madre. Con cada segundo que pasaba, Clarita se hacía débil, sus llantos más suaves, sus brazos eran cada vez más débiles, pero no se soltaba.

Clarita moría al aferrarse de esa forma a la Muerte, así que ella tomó a la niña en brazos como si la llevase a su habitación y le susurró.

— Tranquila ya, pequeña, tranquila ya. No estarás sola de ahora en más. Vamos, que tu madre aguarda allá.

- - - - - - - - - - - - - - -

A la mañana siguiente los vecinos acompañados de oficiales tocaron a la puerta', como nadie respondía decidieron entrar. Los oficiales buscaron y encontraron a Clarita en la habitación, abrazada a su oso de felpa. Tenía una sonrisa en el rostro, pero su piel estaba muy pálida ya.

(Solicitado por una amiga. Referencia de otra ).

Historias de Ciudad AsunciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora