Hay pocas cosas que recuerdo de esa noche.
Estaba sentada en una silla de madera muy rústica, en medio de la primer planta de una pequeña choza en medio del bosque; la siguiente casa estaría a varios kilómetros de allí y la única forma de llegar sería caminando... o corriendo, no habían caballos, mucho menos una bicicleta o algo mejor que eso.La época no daba para tanto. La luz de seis velas de varios tamaños iluminaba la habitación que servía de sala, comedor y cocina, junto había una escalera de madera que daba a la parte de arriba donde habían un colchón en el suelo bastante viejo cubierto por varias mantas remendadas. La mesa del comedor era pequeña, me habían sentado en una de las cuatro sellas a unos pasos de esta.
El hombre que me había hecho hacer eso era mayor que yo, llevaba pantalones de mezclilla con tirantes ya bastantes sucios al igual que la camisa que alguna vez fue blanca y ahora parecía haber sido sumergida en café varias veces.
Su cabello oscuro estaba un ligeramente crecido, lo suficiente como para que unos mechones cayeran sobre su frente y toparan con esas espesas cejas oscuras, finalmente aquellas finas facciones terminaban en la barba tan propia de un leñador. Pero eso no importaba esa noche.
No importaba que las demás mujeres tuviesen envidia que quien le acompañara esa vez era yo, no importaba que me habían pedido a mi llevarle a ese sujeto los víveres semanales de la abarrotería. La gente había culpado ese bosque porque no todos regresaban de allí, hombres o niños incluso, las mujeres pocas veces entraban solo si era necesario o trabajaban donde yo lo hacía.
Él se había preparado un café, tostó el pan y le puso la mermelada. Me ofreció, pero tuve que negarme, no porque no quisiera, tenía mucha hambre ya, sino porque tenía el labio roto igual que la nariz, sentía que si comía algo podría asfixiarme.
— Tú te lo pierdes, muñeca — dijo con su voz rasposa y acercó su mano para acariciar mi mentón, cosa que me hizo dar un brinco —. Tranquila, no te haré daño... aún. Sus manos parecían lijas cuando sentí sus dedos contra mis mejillas. Él no dejaba de tocarme, era como si le hubiese gustado pues murmuraba "suave" entre otras cosas obscenas mientras seguía comiendo y terminaba su café con fuertes sorbos. — Quiero... jugar algo, conejita — dijo de repente poniéndose de pie y caminando a la parte de la sala — ¿No te gustan los juegos? — agregó mientras acercaba los dedos a sus armas. Acariciaba cada una, pero no las miraba sino que su vista estaba fija en mi, quería saber cual de todas me causaba más temor.
Eligió el hacha, se acercó con una sonrisa juguetona para tocar de nuevo mi rostro aunque ahora se dio permiso para seguir hasta mi cuello y lo que dejara ver el vestido que tenía puesto. Me quitó el gorro blanco, movió mis trenzas dejando que cayeran en mi espalda o en el hombro. Movió la silla donde estaba sentada de modo que quedaba frente a la mesa, acercó donde estaba él hace unos momentos y tomó sitio de nuevo.
Estaba tan cerca que pude oler su aliento, su respiración era cálida, sus ojos no paraban de recorrer cada facción de mi rostro o cada parte de mi cuerpo que podía ver desde donde estaba.
— De donde vengo había un bosque igual a este, a la gente no le gustaba entrar a menos que fuera necesario y a las chicas como tú no las dejaban acercarse. Decían que estaba embrujado o que habían demonios dentro que se comían a las personas — mientras hablaba se acercaba más —, pero no era nada de eso. No. Era yo. Maté a cada uno de esos hijos de perra y a cada una de las doncellas, como tú, que entraban al bosque... Pero creo que hoy quiero divertirme un poco más, conejita ¿Qué tal si me provocas un poco?
Me tomó del brazo, apretando muy fuerte aunque noté que tuvo que ajustarse los pantalones para poder caminar bien. Hizo que caminara frente a él hasta salir de la choza para darme las instrucciones del juego, que según él eran simples de seguir.
No sé cual es la parte simple cuando hay dos opciones: morir o que te deje desnuda junto al río esperando la muerte por el frío, cansancio y varias heridas profundas. Corrí lo más rápido que pude en cuanto dio una palmada en mi espalda baja, pude sentir como si lo hiciera en mi piel a pesar de las capas de ropa.
Con esa enorme falda era un poco tedioso correr en el lodo, entre ramas caídas y pasto crecido, pero busqué perderme lo mejor posible aunque el amanecer estaba por llegar en poco tiempo. Entre arbustos cerca de un árbol, pude escuchar que se acercaba, cortaba con fuerza las ramas o cualquier cosa que tuviera cerca.
Me llamaba con ese apodo que me había puesto, no sabía mi nombre, pero yo sí el suyo. Y es que desde que Jack Wellingtone había llegado al pueblo, tres chicas de mi edad habían sido encontradas a la orilla del río, otras tres mujeres viudas o comprometidas las habían encontrado golpeadas, desnudas en varias partes del bosque, todas habían sido abusadas. Así que algo de eso me esperaba si no lograba salir de allí.
Sentí una mano en mi hombro, pero no pude reaccionar, me había tomado de las trenzas y arrastrado por el lodo mientras el frío llegaba a mis huesos, lo único que quería era irme de allí para quedarme frente al fuego de casa entre varias mantas. Pero no, ahora me llevaba cerca del río mientras se iba quitando los tirantes y los dejaba tirados.
Con fuerza me empujó contra las piedras mojando mi ropa sucia, no quería voltear, pero lo hice, vi que ya no tenía camisa, el pantalón lo tenía hasta las rodillas y se acercaba cual depredador a su presa. Levantó la falda y las telas debajo, pude sentir el aire y agua heladas congelar mis piernas, el peso de ese hombre, su sudor, incluso el mal olor llegar a mi nariz quedándose por no sé cuanto tiempo.
El sol había logrado iluminar todo por fin aunque el frío de la lluvia de la noche todavía no dejaba que se sintiera el calor tan propio del lugar. El olor de la tierra mojada empezaba a sentirse perfectamente, las hojas de arbustos cercanos al río tenían gotas del agua, algunas tenían manchas rojas puras, otras mezcladas.
El camino que había hecho al ser arrastrada hacia el río seguía allí, acumulando poco de agua, también manchado de sangre que logró salpicar hasta allí. La orilla del río, esa parte era la que más roja estaba. Allí había un cuerpo, ya pálido por el frío, por haberse desangrado por las heridas en el pecho y cuello. La espalda tan pálida con raspones sería lo primero que vería quien fuera se acercara por agua; un niño quebró su vasija al ver aquello, salió corriendo para avisar a los demás.
Los hombres, al ver lo que había allí en el río, hicieron que nadie fuese al bosque solo, especialmente las mujeres. No supieron que explicación dar a lo que encontraron, un animal no pudo haber hecho tal cosa y además, ya había pasado una o dos veces en los últimos cuatro meses.
Por supuesto, moría de ganas de decir que había sido yo quien le hizo tal atrocidad a Jack, justificarme con que había sido en defensa propia serviría para una vez, pero ¿Qué iba a poder decir con los cuatro anteriores? Decir que la primera fue un desastre, en la segunda sentí placer y me vestí de hombre para aprender a cazar porque no quería volver a cometer errores y lo he estado logrando al practicar con dos hombres antes que Jack. Es una pena, si alguien se entera, es seguro que me cuelguen o me quemen ¿Qué sería peor?
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Historias de Ciudad Asunción
Mistério / SuspenseLas historias de Ciudad Asunción (diario III), es un diario que recopila distintas historias paranormales y terroríficas que le han ocurrido a Verónica o sus conocidos y que ha escrito en su diario para su lector o lectora, a quien en suma confianza...