Hace mucho tiempo, cuando tenía doce años, había un par de niños de cabello rizado y castaño. La madre de ambos era rubia, su cabello rizado que casi eran unos bucles perfectos, el padre tenía el cabello oscuro y lacio, pero los chicos se parecían bastante a él. Ambos se enorgullecían de los niños por ser tan risueños, tan llenos de vida y siempre tenían alguna idea loca para jugar y crear cohetes con cajas o hacer de una toalla el manto de Superman. Hasta ellos soñaban con verlos como astronautas o como jefes de Estado, incluso si fueran pintores, cineastas, no importaba porque según ellos "soñar no cuesta nada" y por ello se daban el lujo de alimentar las mentes de sus niños.
Poco a poco aquella alegría se iba apagando, los niños ya no se veían correr, gritar y jugar por los jardines o los parques, los vecinos se juntaban para preguntarse si el otro sabía el motivo y las mujeres siempre iban con canastos de comida casera hasta la casa de los niños donde antes eran recibidas por los pequeños que les invitaban a pasar, pero ahora era la señora o su esposo quienes recibían a las visitas en la puerta y no les dejaban pasar. Los chicos curiosos de trece o quince se acercaban a las ventanas usando las manos para que la luz no les impidiera ver hacia dentro.
— Es en serio, adentro parece que no vive nadie allí... — decía uno de los más pequeños, seguro tenía doce.
— ¿Y si mudaron todo hacia arriba? — dijo otro.
— ¿Y si... ocultaron sus cuerpos? — preguntó uno de los mayores.
— ¡Cállate! — dijo quien parecía ser el líder y le dio un zape al otro chico. Tenía el ceño fruncido como buscando a alguien y al verme se acercó con paso firme — Oye, tú... tú ves fantasmas, ¿no? ¿Has visto a los niños de esa casa?
Señaló a la casa y el niño a quien le había dado un zape le hizo bajar el brazo hablándole entre dientes algo que no logré comprender. Los dos voltearon a verme y solo dije no con la cabeza moviéndola a los lados un par de veces. Mi madre me había preguntado lo mismo por semanas, incluso la señora, la madre de los niños de cabello rizado había llegado y en cuanto me vio negar salió corriendo mientras lloraba desconsolada.
No menciono nombres, no recuerdo ninguno sinceramente; tan solo recuerdo un poco de cómo eran y nada más. Recuerdo apenas unos días en ese suburbio, las cosas que iban tan tranquilas de un momento a otro fueron hostiles, como si hubiese sido culpa mía que los dos pequeños no aparecieran porque niños o adultos al verme pasar fruncían el ceño y negaban desaprobando mi presencia a donde fuera que iba.
Vagamente recuerdo haberme escapado de casa cuando escuché a mis padres discutir a gritos si debíamos irnos o quedarnos, ninguno de ellos tenía claro qué hacer, qué era lo correcto por hacer. Sabía que no se darían cuenta, así que en cuanto estuve fuera corrí y corrí llegando al bosque, cerca de un riachuelo.
Había un ruido extraño cerca de la orilla, algo resaltaba entre las hojas y las ramas cerca del agua, era rojo, un bulto rojo. Mis pasos se detuvieron unos metros después de haber visto aquello y como si Pepe Grillo me dijera, tomé una rama de las que estaban en el suelo para luego acercarme al río tratando de ver mejor qué era aquello. Traté y traté, pero la rama se iba rompiendo hasta dejar un palo un poco más grueso, pero corto que de todas maneras se rompería si trataba de usarlo para voltear el bulto.
Al ver lo que era, no pude ni siquiera gritar. Dejé el pedazo de rama y salí corriendo de regreso a casa lo más rápido que pude entrando por la puerta principal, olvidando que había huído un rato de casa y mis padres olvidando regañarme por desaparecer. Los llevé hasta donde estaba el bulto rojo, se dio aviso y en menos de una hora toda la zona estaba llena de policías y autos grandes.
La noticia se esparció rápidamente en el suburbio, el esposo de la señora estaba más que desconsolado, decía no entender en qué momento había ocurrido todo aquello. Pero la gente no creía una sola palabra de lo que decía. Los niños no lloraban, estaban mudos con los adultos y el resto de chicos ya no se les acercaban. Pero a mí, ellos siempre estaban cerca como queriendo decirme algo sin saber de qué forma empezar.
No recuerdo como, no recuerdo los labios de los niños moverse, solo sé que en mi mente se dibujó una película completa. Los dos niños de ocho y once años, salían a jugar, soñaban despiertos para escapar de la realidad, lo dulce y cálido de su hogar era nada más una fachada que disfrazaba una serie de abusos psicológicos y verbales. La gente decía que no les gustaban las visitas y era porque cuando se anunciaba una, eran los niños quienes debían tener la casa impecable para recibir a las personas. Eran pequeños esclavos para alguien que le gustaba mandar.
Todos pensaron en el señor, el esposo de aspecto duro, macho, el típico hombre que oculta los malos tratos a su esposa con detalles y presumir a su esposa frente a todos en trabajo o eventos con amigos y familia. Los rumores se empezaron a esparcir diciendo que no habían notado antes, pero ese hombre se disfrazaba de su esposa, tal como Norman en la película Psycho. Recuerdo a una muchedumbre llegar con palas, escobas e incluso bates de béisbol a la casa de los niños.
Mi madre me relató la última parte, solo así pude completar este relato. Dice mi madre que sin saber cómo ella y el resto de personas cerca, pudieron ver cómo es que la dulce señora rubia de cabello rizado daba malos tratos a los niños encerrándolos en los armarios de la habitación sin comida o agua por tres días. Su esposo era vigilado constantemente, debía entregar todo el dinero del trabajo a su esposa, debía ser él quien se ocupara de todo en casa, había querido dejarla, divorciarse y llevarse a los niños lejos, pero ella siempre lograba manipularlo para que no lo hiciera o volviera voluntariamente más de una vez. Nadie tenía cicatrices en sus cuerpos, pero no podían pensar por sí mismos, no podían "soñar" sin permiso de la mujer.
La policía llegó a calmar a la gente, pero se dieron cuenta que no era necesario. Sabían que la gente había querido que arrestaran al hombre, al padre de los niños, pero nunca nada se encontró en su contra.
Las cosas se quedaron así, nadie dijo nada al respecto e hicieron como que la mujer nunca existió. El hombre volvió a casarse luego de varios años, sus hijos ya mayores vivían sus vidas lo más normal posible, lo más aburridas posible y es que nunca más quisieron volver a soñar.
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Historias de Ciudad Asunción
Misterio / SuspensoLas historias de Ciudad Asunción (diario III), es un diario que recopila distintas historias paranormales y terroríficas que le han ocurrido a Verónica o sus conocidos y que ha escrito en su diario para su lector o lectora, a quien en suma confianza...