Lo más cercano que llegué a estar de la completa ebriedad fue en la fiesta de graduación de Alan, así que mi dolor de cabeza, de cuerpo y el mareo lo podía comprar con una resaca.
La boca la sentía seca cuando me desperté y me senté en la cama. Me mareé, el dolor de cabeza incrementándose. Estaba confundida y me sentía un tanto anestesiada mientras todo daba vueltas. No recordé nada de lo que había sucedido hasta que me fijé en mis manos cubiertas por una tela suave. Los guantes.
Me fijé a mi alrededor, pero estaba en mi habitación, en la cama que compartía con Alan.
—¿Alan? —pregunté con voz pastosa, pero no obtuve respuesta. Me deslicé hasta la orilla de la cama, aunque cuando intenté levantarme, mis piernas fallaron. Si Alan no hubiera entrado a la habitación en ese momento me hubiera caído.
—Wow, ve con cuidado, amor —susurró, besándome en la sien mientras me volvía a sentar en la cama.
Le toqué el pecho, desesperada por ver si algo lo había afectado lo que había sucedido conmigo y mi cuerpo.
—¿Estás bien? —Asintió, tomando mis manos para besarlas y luego besar mis labios.
—Esa es una pregunta que yo debería hacerte a ti, preciosa. —Se levantó de la cama, yendo al baño para rebuscar en los cajones. Regresó con una pastilla y luego se fue por un vaso de agua—. Has estado en ese estado por dos días, estás débil.
—No debí haberme tomado esa pastilla entonces —dije con una pizca de humor, sintiendo mi voz un poco mejor al haberme bebido el agua. Él me volvió a besar, con fuerza, antes de cargarme sorpresivamente.
—Te iré a hacer algo de comer mientras tú mueves tus lindas piernas y cuerpo un poco. No fue mucho tiempo, pero has estado muy quieta en las últimas cuarenta y ocho horas.
—¿Por qué estás en casa? —pregunté, al caer en cuenta de que no debería estar ahí, sino en la constructora. Alan me dejó en una butaca de la barra de la cocina, para que tuviera una vista de él. Me dio una mirada de reojo, mientras comenzaba a sacar las cosas que necesitaría.
—Mi esposa estaba en un mal estado, yo estaba preocupado y también sufrí las consecuencias de lo que estaba haciendo mi esposa: digamos que mi jefe se compadeció de mí y me dio algunos días libres, aunque he adelantado trabajo... no quisiera que mi padre piense que he descuidado la constructora.
Me sentí mal. Jugueteé con mis dedos entre ellos, sintiendo mis mejillas sonrojadas.
—Lo siento —susurré. Alan se acercó con rapidez a mí, levantando mi rostro hacia el suyo. La sinceridad en sus ojos me tranquilizó un poco.
—No tienes por qué disculparte por eso, Abril. Mi padre entiende que muchas veces mis responsabilidades se me salen de las manos, y tú eres mi prioridad, me criaron para que tuviera a mi compañera y a mi familia primero, antes que el dinero y antes que cualquier cosa... Tengo ahorros, por unos días que no esté trabajando no nos faltará la comida en la mesa. Tú eres mi esposa, Abril y sin ti no creo tener ni siquiera la motivación para hacer algo ¿Sí?
Asentí.
—Te amo —dije bajito.
—Y yo te amo a ti —respondió, besando mi nariz antes de volver a hacer la comida.
Nos quedamos en silencio por unos instantes, aunque sabía que él estaba requiriendo más información.
—Serene te trajo, desmayada.
—¿Qué pasó contigo cuando lo sentiste?... Siento eso, el guante se me deslizó.
—¿Para qué sirve? —preguntó, poniendo en la barra a mi lado los ingredientes que iba a picar y luego cocinar.
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Lunas de plata
Про оборотнейTercer libro de la trilogía Cantos a la luna. ¿Puede la vida arruinar una ilusión? Todos los derechos reservados.