CAPÍTULO 37

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—Aun no podemos avisar a los demás sobre mi renuncia. —La voz de Rich sonaba fuerte y clara en el salón en donde estábamos. El bastón de madera también emitía un eco en la habitación casi vacía, a excepción de las dos familias.

Alan suspiró y se acomodó mejor en su silla, su mano sin soltar la mía en ningún momento. Apoyé mi cabeza en su hombro, un poco cansada. Luego de esa reunión iríamos con mi familia para, por fin, solucionar lo que sucediera con ellos.

—Lo agradecería, aún tengo que organizar mi tiempo para todas las reuniones.

—Y organizar tu vida —dijo Rich, frenando su caminata para ver a Alan desde su posición en la pequeña tarima mientras—. No lo podemos decir en especial por ti. Presentarte con una compañera diferente a tu esposa te puede acarrear problemas. El liderazgo de la manada, en caso de sucederte algo, pasaría a tu esposa, pero como en todos los casos la esposa es la compañera excepto en el tuyo. No nos podemos arriesgar a que Giselle pida quedarse con la manada.

Alan hizo una mueca.

—Bien, entonces esperaremos hasta que todo se solucione —aceptó Alan.

—¿Estás seguro de la decisión? —preguntó Rich, haciéndome abrir los ojos que había cerrado por un segundo para despejar mi mente. Mis ojos volaron hacia Alan. Él notó mi mirada sobre él, sonrió y besó mi frente, soltando mi mano solo para rodearme los hombros con su brazo.

—No, creo que nunca lo estaré, pero si es lo que debo hacer... no pondré resistencia. Si lo pienso bien, no es tan malo como siempre lo imaginé.

Sonreí un poco, sabiendo que yo había puesto parte de ese pensamiento en él.

—Tu padre ya tiene experiencia con manadas, los McCall son más grandes que nosotros, confío en que sabrás manejar el negocio familiar y la manada.

—Será un gran trabajo, pero también confío en ello.

—¿Y Abril? —Dejé de mirar a mi esposo para concentrarme en Rich.

—¿Yo qué?

—¿Estás bien con la idea de ser la esposa de un alfa?

—Lo sabremos sortear. Lo importante es poder seguir juntos.

Alan me apretó más contra él. Rich asintió, siguiendo con su charla sin que yo le prestase mayor atención. Me quedé dormida sin quererlo, recostada en el hombro de Alan.

No sé cuánto tiempo después sentí a Alan moverse, despertándome. Suspiré, sabiendo que en ese momento él me iba a levantar para llevarme hacia el auto.

—Podría caminar sola, lo sabes.

—Estás cansada, anoche no dormiste bien, lo sé. Duerme, te despertaré cuando lleguemos a tu casa.

—Ya no es mi casa —respondí de inmediato, haciéndolo reír.

—Tienes razón, ahora tu casa es el apartamento. Duerme un rato más, hermosa.

No puse objeción. A pesar del movimiento, me volví a dormir. Desde que había conocido a Alan, la sensación de seguridad con él siempre se incrementaba, que me quedase dormida en su presencia no era nada extraño.

Me despertó al llegar, tal como lo dijo. Mis ojos se sentían pesados y mi cerebro adormecido, por lo que no nos bajamos de inmediato del auto.

Suspiré, dejando caer mi cabeza hacia atrás.

—Tengo mucho sueño.

Sentí la mano de Alan en mi pierna cuando apretó mi piel. Abrí de nuevo los ojos para mirarlo, pero ardían tanto por el cansancio y el sueño alejado, que tuve que restregármelos para intentar alejar un poco la bruma del sueño y poder enfocar.

Lunas de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora