CAPÍTULO 30

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Suspiré y volví a llenar mis pulmones de aire al poner un pie en el apartamento. Quizá no era el aire más puro, pero sí que me alegró estar ahí. No podía explicar, ni siquiera alcanzaba a comprender, cómo me hacía sentir estar de nuevo en mi hogar, poder dormir en mi cama, al lado de Alan, quien, por cierto, pasó por mi lado luego de cerrar la puerta, dejando mi mochila al lado de ella.

Él también suspiró, cansado. Los licántropos ahora se tenían que defender de los humanos que los atacaban mientras los hechiceros trabajasen en ellos. Era un trabajo arduo, yo misma había estado en eso en la mañana, intentando cambiar los recuerdos de los humanos por unos más lindos, unos en donde siguieran ignorando la existencia de los hombres lobo, y también que nunca habían conocido gran parte del mundo, las diferentes protecciones que se habían regado a lo largo de los países y ciudades, y que aparecían ante ellos de un momento a otro.

—Bienvenida a casa de nuevo —susurró mi esposo a mi oído, abrazándome por detrás. Sonreí, girándome para enrollar mis brazos en su cuello. No demoró en sostener mi peso por mis piernas también a su alrededor.

—Aún hay mucho que solucionar —le recordé, logrando que resoplara y me miraba un tanto feo antes de correr el cabello que tapaba mi rostro.

—¿Puedes dejar de repetirlo? Lo tengo claro, pero solo quiero disfrutar al menos esta noche contigo. —Le sonreí, un poco incómoda.

—Es solo que me siento nerviosa —admití. Alan comenzó a caminar aun conmigo terciada en su cuerpo. Su ceja alzada y mirada interrogante me pedía una explicación—. No sé qué pasará y eso me da un poco de ansiedad, y es como si mi mente tuviera que recordarme las cosas cuando obtengo un poquito de relajación, como en este momento.

Asintió, dándome a entender que había comprendido a qué me refería. Me dejó sentada sobre un butaco, antes de irse a escarbar en la cocina por algo de comer. No podíamos pedir comida; como era obvio la mayoría de los lugares estaban cerrados, así que, aunque estuviéramos cansados, teníamos que hacer algo por nuestra cuenta, el problema radicaba en que habíamos estado mucho tiempo fuera de casa, mucha comida se había estropeado.

Me bajé de mi asiento para acercarme a Alan al ver que descartaba muchas cosas del refrigerador. Tomé una bolsa antes de ponerme a su lado para mirar qué debíamos de tirar y qué estaba bien. Mi esposo me dio un vistazo en cuanto me puse a su lado. Le sonreí, moviendo la bolsa para que siguiera sacando cosas.

Terminamos por comer, más que cualquier cosa, arroz. No creíamos que salir a comprar resultara fructífero, porque, al igual que los restaurantes, muchos supermercados seguían cerrados. Debíamos esperar a que los hechiceros —incluso yo— hicieran su trabajo con los humanos.

Suspiré cuando todo quedó en orden. Teníamos la despensa bastante vacía, pero tenía la esperanza de que todo volviera a la normalidad con prontitud.

Alan me abrazó por detrás, dejando un besito detrás de mi oreja.

—Es hora de descansar —susurró. Un pensamiento voló a mi mente al ver a Alan... cariñoso conmigo.

Bien, vivir juntos de nuevo no significaba que volviéramos a la normalidad, no con su enlace con la otra chica. Ya lo habíamos hablado, sí, pero de una forma más general, no en qué haríamos al vivir juntos.

Me daba un poco de curiosidad la situación. Técnicamente al Alan sentir amor por mí ya era una clase de traición, acostarse conmigo, aunque fuera a dormir, y teniendo en cuenta sus sentimientos y la situación, también era una clase engaño. No sabíamos si Gisele sentía alguna molestia cuando él y yo estábamos juntos, y duda mucho que yo lo quisiera saber. Ignorar los hechos hacía más sencillo sobrellevar la situación; no me quería ver incómoda con mi relación, ni rechazar a Alan más de lo que ya lo había hecho.

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