Desperté llorando por no poder moverme sin que me doliera cada parte de mi cuerpo.
No encontraba fuerza para levantarme o moverme, ni siquiera sabiendo que podía ir a casa me dio el ánimo que necesitaba. Me sentía enferma y cansada, a pesar de haber dormido toda la noche. Solo pude ponerme de costado y encender la pantalla de mi teléfono. Tal como había dicho Serene: no tenía cobertura ahí. No podía quitarme los guantes para comunicarme con Alan porque sentiría mi dolor, sabría que no estaba bien. Aun en ese momento dudaba que ya no lo hubiera sentido.
La sangre parecía hervir dentro en mis venas. El calor se agolpaba en mi frente, mejillas y las puntas de los dedos de mis manos. Yo misma podía advertir que tenía fiebre y no solo por el calor, sino por los espasmos que estaba teniendo. Me sentía mal, muy mal.
Alguien llegó a la habitación, pero no quise abrir mis ojos de nuevo para ver quién era.
—Shh —dijo esa persona. El sonido me recordó a Serene, por lo que supuse que era ella. Acariciaron mi cabello, llevándolo fuera de mi frente y soplaron. El frío del aire me hizo un poco de bien entre el calor que me daba ganas de quitarme la ropa, aunque el dolor de mi cuerpo impidiera mi movimiento. Las manos sobre mi cuerpo me dieron un poco de tranquilidad y se llevaron un tanto el dolor, no del todo, pero sí menguó en gran medida.
Resoplé, sin querer moverme por miedo a que algo más doliera.
—Pensaba que mi cuerpo descansaría.
—La magia está haciendo efecto en ti, se está mezclando con tu sangre —explicó—. Te traje algo que te ayudará con eso, con el dolor.
—¿Podré ir a casa? ¿O el dolor será mucho para hacerlo?
—Podrás ir a casa siempre y cuando tú domines la magia dentro de ti. —Abrí los ojos. La hechicera estaba sentada a mi lado en la cama, aun tocando mi cabello con ternura. Parecía ausente, sus ojos llorosos y tristes. Parecía estar recordando algo, pero no iba a meterme en su intimidad.
—¿Eso es lo que pretendías? ¿Hacerme luchar contra la magia para poder ir con Alan? —Ella me miró, sin borrar la expresión de su rostro, aunque sí intentó regalarme una sonrisa.
—Todos necesitamos una motivación, tu hogar es la tuya.
—¿Y la tuya cuál es? —pregunté sin poder evitarlo. Su mirada se llenó de más tristeza.
—Aparte de salvar a los humanos, mi motivación es cumplir mis promesas y hacer justicia.
—¿Por tu hija?
—Por toda mi familia —aclaró. Suspiró—. Quitaré mi mano de ti, el dolor volverá por un segundo, pero la bebida te ayudará. ¿Está bien? —Tomé aire, asintiendo. Apreté mis dientes cuando pasó lo que ella había dicho, pero luego su mano había vuelto a mi cuerpo, esta vez en mi brazo. Logré sentarme con su ayuda y recibí el pocillo con el líquido adentro. Sabía muy bien, contrario a lo que había pensado.
Solo fue necesario que el líquido tibio tocara mi lengua para sentir un alivio, como si algo se uniera a mí o se pusiera en su lugar. Serene quitó su mano de mí, dubitativa, pero relajándose cuando notó que solo fue necesario del brebaje para que el dolor se calmara. Aun seguía latente, mucho más lejano que minutos atrás.
—¿Cuánto tiempo durará el efecto? —pregunté, aun con la taza entre mis manos. Serene suspiró.
—Deberá bastar hasta la noche, tienes todo el día para estar con tu esposo y quizá con tus amigos, aunque imagino que tu principal deseo es Alan. —Asentí. Ella se levantó y me fijé que iba vestida sin sus guantes y sin alguno de sus vestidos largos. Notó mi mirada sobre ella, entendiendo mi confusión.
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Lunas de plata
WerewolfTercer libro de la trilogía Cantos a la luna. ¿Puede la vida arruinar una ilusión? Todos los derechos reservados.