Cuando Alan dijo que llegaría tarde nunca imaginé que fuera tan tarde. A la una de la madrugada escuché que la puerta del apartamento se abría y que mi esposo le echaba seguro. No había podido dormir, así que me levanté y caminé hasta la sala con pasos suaves, así como me habían enseñado para no llamar la atención.
Lo encontré con aspecto cansado sentado en la sala, con su cabeza recostada en el espaldar del sofá y sus ojos cerrados. Cuando llegué a él me senté en sus piernas, metiendo mis manos dentro de su camisa para darle suaves caricias que sabía que lo relajarían.
—Pensaba que estabas dormida —susurró. Todo estaba en silencio y si no fuera por la suave luz de la sala, también estaría en la completa oscuridad. Toda la zona dormía, y los vecinos también, por lo que, aun sin quererlo, se creó una atmósfera íntima.
Comencé a besar su cuello cuando su mano se aventuró dentro de su sudadera que había estado usando de pijama esa noche.
—No podía dormir sin ti —dije, en parte siendo verdad, en parte mentira. No quería dormir sin sentirlo a mi lado, eso era cierto, pero tampoco podía dormir pensando en mi encuentro con Mag. Siempre había sido una chica que le daba más vueltas de las necesarias a los sucesos y pensamientos, así que no podía dejar pasar, así como así ese encuentro—. ¿Tienes hambre?
Negó, aunque luego se contradijo con sus palabras.
—Solo un poco. En realidad, estoy muy cansado como para pensar en comer. —Abrió sus ojos cuando alejé mi boca de su piel—. Tomaré una ducha antes de acostarme, pero tú lo puedes hacer ya, ya estoy aquí, si eso es lo que te impedía dormir.
La regalé una sonrisa tenue y negué.
—Te preparé algo de comer, porque sospechaba que vendrías con hambre. Mientras te duchas te lo calentaré y te haré algo de beber.
Me devolvió una sonrisa cansada y torcida.
—Luego dices que soy yo quien te consciente. —Reí y ahogué un grito cuando de un movimiento me acostó en el sofá, debajo de él.
—¿No que estabas muy cansado? —También se rio.
—No voy a hacer nada, hermosa —avisó, pero, contrario a sus palabras, bajó el cierre de la sudadera un poco, dejando al descubierto la piel entre mis pechos. Besó allí y dejó también varios besos en el camino devuelta a mi boca. Lo acepté con gusto. Mis manos tomaron vida propia sobre su cuerpo, tocando y acariciando la piel de su espalda y abdomen, pero cuando fue a desabotonar su camisa, se alejó—. Mejor me iré a duchar ya.
La risa subió por mi garganta cuando suspiró, como si alejarse de mi cuerpo fuera una dura decisión.
Lo vi partir a la habitación. Cuando escuché que la puerta del baño se cerraba me levanté para calentar lo que había cocinado más temprano. Solo unos minutos después estaba esperando a que Alan saliera de su ducha para comer y dormir.
En cuanto estuve abrazada a él, a punto de dormir, pensaba en si hablar o no. Con un suspiro él se giró, desacomodándome por un segundo antes de volver a encontrar una buena posición. Su nariz se enterró en mi cabello, sus brazos me rodearon con fuerza y sus piernas se enlazaron con las mías. Gracias al cielo que el clima del pueblo y de la protección era frío, porque de otra me hubiera muerto de calor, pero ahí estaba cómoda y cálida.
—Puedo ver que estás pensando en algo —susurró con voz enronquecida por el sueño.
—Sí, pero prefiero hablarlo contigo a la mañana, cuando ya hayas dormido.
—¿Es algo importante?
—¿No lo puedes saber desde el lazo? —Negó con su cabeza—. Para mí sí, para ti no. Es algo que puede esperar a la mañana.
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Lunas de plata
LobisomemTercer libro de la trilogía Cantos a la luna. ¿Puede la vida arruinar una ilusión? Todos los derechos reservados.