Desperté en el pasto, en un día soleado y de cielo despejado.
Estaba confundida, recordando todo lo sucedido. Alan, él estaba bien, lo sentía dentro de mí, pero ¿dónde estaba?
Tampoco me dolía el cuerpo, ni me sentía cansada. Me fijé en mis manos, moví los dedos, agarré la tierra debajo de mí.
El sol debería haberme molestado en los ojos antes de despertar, pero no lo hizo. Lo que me despertó había sido solo el deseo de mi mente de hacerlo.
Me senté, notando que no estaba en el mismo lugar en el que me había desmayado.
Bien, todo eso era extraño. Los pájaros cantaban, un arroyo se escuchaba cerca y también vi uno que otro animal escondido en la vegetación.
Me levanté y giré a mi alrededor, intentando encontrar un camino que seguir. Luego recordé que yo había estado en ese lugar cuando escuché las risas de varias mujeres. Seguí el sonido, curiosa y sin temor.
Llegué al arroyo en donde al menos cinco mujeres jugaban tirándose agua y nadando en él, desnudas. Me recordaba a los mitos griegos, a las ninfas del agua, jugando en su elemento, con la diferencia de que también había dos hombres correteando entre ellas, siendo más pequeños.
—Son mis hermanos —dijo alguien a mi lado. No me sobresalté. Casi era como si hubiera estado esperando que ese alguien hablara.
Giré mi rostro para fijarme en el perfil parecido al mío. Serene se veía más joven, solo unos cuantos años, más de mi edad. Su cabello lo tenía más largo, lo sabía porque lo llevaba recogido en una trenza que le rozaba las caderas y que parecía coronar su cabeza con un bonito peinado. Llevaba una bata de vestido, sus pies descalzos, sus manos sin ninguna marca. Su piel también parecía más lozana y sus labios más rojos. Sus ojos se veían más eléctricos, vivos y chispeantes.
Esa era la Serene que había sido antes, lo comprendí.
—¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Dónde estamos?
—Estás recuperando energía y yo estoy muriendo —soltó, como si nada. Me sonrió y me tomó de la mano.
Nos alejamos de los que había dicho que eran sus hermanos por entre medio del bosque. Llegamos a otro lugar, a una piedra enorme que sobresalía del agua en un pequeño claro.
—Este era mi lugar favorito.
—¿Dónde es esto en la realidad? —pregunté.
—En la ciudad, al otro lado del pueblo, dentro de lo que era la protección. Parte del río se cubrió hace muchos años, pero aun puedes ver la cascada. En este lugar ahora hay una edificación, pero hace mucho tiempo tuve una visión de que el pavimento se destrozaría y el río volvería a descubrirse.
—¿Puedes ver hasta visiones de esas cosas?
—Podía, sí.
—¿Y no pasa nada si las cuentas? —Negó.
—Son naturales, ningún humano podría cambiar el destino de ellas.
—¿Por qué estás tan tranquila?
—¿Por qué lo estás tú? —respondió con otra pregunta, riendo. Se subió sobre la roca, tirando su cabello sobre su hombro y quitando la trenza que lo peinaba.
—Porque estoy en un sueño. —Ella se volvió a reír.
—No estás en un sueño, Abril, aunque sí estamos en tu mente. —Me hizo señas para que me subiera a la piedra junto con ella. Mientras lo hacía ella se inclinó hacia el agua y la tocó apenas.
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Lunas de plata
Manusia SerigalaTercer libro de la trilogía Cantos a la luna. ¿Puede la vida arruinar una ilusión? Todos los derechos reservados.