Era extraño soñar y saber que no era algo creado por tu propia mente, sino una pista de lo que pasaría o pasó en su momento.
El sueño que estaba teniendo era la continuación de uno que había olvidado. Comenzó desde el principio, con la mujer corriendo y tocando la puerta de una iglesia. La misma mujer que había visto en el anterior le abrió y la dejó pasar.
—Explícate qué ha pasado. —La mujer tembló por el frío de su cuerpo mojado.
—Me están persiguiendo.
—¿Quiénes? —Los labios de mujer temblaron.
—Mis familiares. Quieren que los ayude, pero no puedo traicionar a los licántropos.
La hechicera solo la miró. Otra apareció a su lado, llevando una toalla en sus manos.
—¿Hablas de vampiros? ¿Son ellos quienes te persiguen?
La mujer asintió.
—Por favor, necesito una protección contra ellos —susurró.
—¿Qué buscan de ti los vampiros? ¿Qué les puedes entregar?
—Información y mi alma. Quieren convertirme para tomarla, necesitan una manera de entrar a la protección, si no lo hacen conmigo lo harán con cualquiera dentro de la comunidad.
Antes de que la hechicera pudiese responder, me desperté. Seguía siendo de noche, la respiración de Alan se escuchaba a mi lado y su brazo me rodeaba.
Me giré para verlo, pero la oscuridad me impedía hacerlo, así que intenté dormirme de nuevo.
Cinco minutos después me di por vencida. Salí de la cama cuidando de no despertar a Alan y me dio directa a la cocina. Quizá un té me ayudara a dormir o al menos a despejar mi mente.
Me senté en la sala para contemplar la noche. De los edificios que había frente al nuestro, pocos mantenían luces prendidas. Todo estaba en calma, mientras yo pensaba qué significaba ese sueño. ¿Quién era la mujer? ¿Por qué era relevante?
Junté mis rodillas, los pies sobre el sofá y la taza entre mis manos. No sé cómo mi mente enlazó el sueño con lo siguiente que tenía que chulear en la lista: los guardianes. Habían pasado dos días desde que había dejado a mis padres con sus recuerdos modificados, dos días en el entrenamiento para organizar mi magia porque necesitaba obtener el don de Serene de vuelta para poder terminar con todo, con Braham, con la profecía. Tenía miedo, debo admitirlo.
El roce de unos pies sobre el suelo me hizo levantar la mirada. Alan, con aspecto cansado y adormilado entraba a la habitación.
Al notarme, se detuvo, sus brazos cruzados sobre su pecho y cuerpo apoyándose en la pared.
—¿Va todo bien?
—No podía dormir.
—Eso puedo notarlo, preciosa, pero esa no fue mi pregunta. —Suspiré, mirando mi taza. Pronto sentí la presencia de Alan a mi lado, su mano agarrando mi pierna. Mordí mi labio, mirándolo, sin saber cómo decirle que seguía pensando en algo que ya habíamos hablado.
Su pulgar liberó mi labio, como solía hacer cada que tenía ese gesto frente a él. Su beso logró distraerme, tanto que no quise liberarlo por unos segundos de más. Alan suspiró, medio gimiendo cuando me senté en su regazo. Sin embargo, algo nos debía traer de regreso a la realidad y eso fue mi descuido con la taza con el líquido aun tibio que regué por su cuello, sobresaltándolo.
—¡Lo siento! —Casi que grité. Alan se rio al verme asustada, pero lo único que hizo fue quitarse la camiseta que de milagro llevaba puesta esa noche. Suspiró, tomando mis glúteos para sostenerme mejor.
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Lunas de plata
LobisomemTercer libro de la trilogía Cantos a la luna. ¿Puede la vida arruinar una ilusión? Todos los derechos reservados.