CAPÍTULO 32

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Me estaba concentrada leyendo el libro de la historia de Serene mientras me tomaba una infusión en la cama. Alan se estaba duchando, solo las luces del cuarto de baño, que mantenía su puerta cerrada, y las de las mesitas de noche estaban encendidas.

El libro sobre mis piernas era pesado, grueso y con una tinta rojiza. Lo mejor de todo era que parecía antiguo, como si no se escribiera a medida que iba leyendo. La historia de Serene no podía ser aun conocida por todos, así que cada palabra leída desaparecía cuando mis ojos dejaban de enforcarla.

Serene fui la primera hija de una familia numerosa, procedente de unas de las primeras familias con magia que existió. Tuvo diez hermanas y tres hermanos, de los cuales solo tres salieron con el mismo don de la videncia que su madre, ninguno sabía o conocía que Serene sería la heredera de la magia que no sabían que poseía su madre.

Todos los detalles de su infancia estaban relatados. Leí un poco de ellos antes de que la puerta se abriera y Alan saliera de la habitación con su cabello goteando, pero ya vestido, aunque solía vestirse al salir del cuarto. Suponía que no quería representar ninguna tentación para mí, siendo conocedor de que su cuerpo, la contracción de sus músculos y su piel húmeda y desnuda al acabar de salir del agua, siempre me hacía mirarlo más de lo normal en mí, también me hacían desearlo. Le agradecí que no hiciera la situación más difícil para mí.

Suspiré, cerrando la tapa del libro al verlo acostarse a mi lado. Era difícil, toda la situación, tenerlo ahí conmigo, sentir su calor y el aroma de su jabón era difícil, mucho más porque estaba en un punto hormonal alto.

—¿Has encontrado algo relevante? —parpadeé, saliendo de mi mente para prestarle toda la atención que requería.

—Se podría decir, sí. Serene fue la primera hija de una familia muy grande, pero creo que ninguno de sus hermanos realmente sabía que su madre era hechicera.

—¿Eso es todo?

—No he podido leer más, Alan —me burlé, dejando el libro en la mesa de noche para acostarme de lado, mis ojos fijos en los suyos. Puse mi mano sobre su mejilla, aun analizando su mirada—. Es triste saber que nuestros hijos no tendrán el color de tus ojos.

Sonrió, pasando su mano por mi cintura para juntarme más hacia con su cuerpo.

—¿Entonces aún piensas que tendremos hijos? ¿Qué seguiremos juntos hasta ese momento? —Pensé en ello. Los riesgos de que no fuera así eran altos, pero tanto él como yo teníamos las ganas de volver a unirnos, así que ¿por qué no?

Solía hacerle caso a mi intuición, aunque no fuera la mejor guía en varios casos, como la creencia que había tenido de que Alan me haría daño cuando hizo todo lo contrario... bien, sí me hizo daño, pero sus malas decisiones y las confusiones que se crearon en el camino, no porque de verdad fuese a comerme como pensé en un principio. ¿Qué me decía mi intuición en ese caso? Que, si estábamos luchando juntos por ese final, lograríamos obtenerlo. Quizá hablaba más desde la esperanza que desde la intuición, pero quería creer en ese final.

—Sí no dejas de amarme, sí, lo creo. —Sonrió grande, sus ojos entrecerrándose.

—Esa es una buena noticia, hermosa, sueles acertar con estas cosas —reí un poco, creyendo que exageraba un poco. Me acurruqué contra él.

—Creo que me tienes mucha fe. —Suspiré. Mi mano acariciando la piel de su espalda me hizo recordar lo sucedido con Faith. Fruncí el ceño, pensativa sobre el por qué no había vuelto a experimentar una visión al tocar a alguien. Se suponía que eso era algo que podría suceder con cualquier persona, que estaba siempre abierta a ello, pero... ¿por qué no había vuelto a pasar si todos teníamos un destino? ¿Estaría bloqueando de alguna manera las visiones?

Lunas de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora