Capítulo 2

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Anahí entró en casa, cerró la puerta y, apoyándose en ella, dejó escapar un prolongado suspiro al tiempo que intentaba relajar la tensión de los hombros. Pero no lo consiguió.

¿Qué demonios había hecho? ¿Mentía al permitir que Alfonso creyera que seguían felizmente casados? ¿Cómo podía ser una mentira cuando él así lo creía y era lo que ella siempre había querido?

Era imposible dar marcha atrás. Pero ¿aprovechar la oportunidad de un nuevo comienzo?

Quizá no era ético aprovecharse de la amnesia de Alfonso, y Anahí sabía que corría un gran riesgo al hacerlo. Alfonso podía recuperar la memoria en cualquier momento y rechazarla. Pero si había una mínima oportunidad de volver a ser felices, estaba decidida a aprovecharla.

Dándose impulso se separó de la puerta y fue a la cocina comedor con cuya reforma lo habían pasado tan bien al mudarse a aquella gran casa, una semana después de casarse. Puso agua a hervir y se preparó una manzanilla confiando en que le aliviara el dolor de cabeza.

Sería mucho más difícil librarse del leve sentimiento de culpa que le pesaba en el pecho por la decisión que había tomado.

¿Estaba actuando movida por motivos egoístas? ¿No había dejado ir a Alfonso en lugar de luchar por su matrimonio porque había estado cegada por el dolor de la muerte de Parker y dominada por la ira y los remordimientos? Lo había acusado de no compartir sus sentimientos, pero ¿no había hecho ella lo mismo? Y cuando Alfonso se fue, ¿no lo había dejado marchar? Para cuando abrió los ojos y fue consciente de lo que estaba perdiendo, era demasiado tarde. Alfonso ni siquiera había querido hablar de una posible reconciliación, o de acudir a terapia de pareja. Había querido empezar de cero y borrarla de su vida.

Ese sentimiento seguía resultándole doloroso, pero el tiempo y la distancia le habían permitido ganar perspectiva y le habían abierto los ojos a su propia responsabilidad en el fracaso de su matrimonio. A los errores que ya no volvería a cometer.

El agua hirvió y Anahí preparó una bandeja para salir al patio trasero, donde ocupó una de las hamacas de madera y loneta, que chirrió cuando adoptó una posición más cómoda.

Alzando el rostro hacia el sol, cerró los ojos y trató de relajarse al tiempo que los sonidos del entorno la alcanzaban. Por encima del murmullo del tráfico podía oír a los niños del vecindario jugando en el jardín. El sonido siempre le producía un sentimiento agridulce al recordarle la perplejidad que le causaba descubrir que, a pesar de que uno viviera una tragedia, la vida de la los demás seguía adelante.

Abrió los ojos y se concentró en servirse el té. El delicado aroma de la manzanilla siempre la calmaba. El ritual de tomar una infusión la devolvía a la realidad cuando temía estar perdiendo el control, incluso el de su mente.

Bebió, saboreando la manzanilla en la lengua al tiempo que pensaba en la decisión que había tomado en el hospital. El riesgo que iba a asumir seguía proyectando una larga sombra en su mente. La probabilidad de que algo fuera mal era elevada. Pero Alfonso estaba al comienzo del proceso, todavía faltaban días o incluso semanas antes de que le dieran el alta. Tendría que llegar a caminar sin ayuda y seguir una prolongada rehabilitación antes de volver a casa.

A casa.

Un escalofrío recorrió a Anahí. No era la casa en la que Alfonso había vivido los dos últimos años, pero sí la que habían comprado juntos y a la que habían dedicado su primer año de matrimonio. Era una suerte que hubiera elegido vivir con sus recuerdos en lugar de venderla y mudarse. De hecho, la decisión de quedarse había formado parte de su proceso de sanación tras la muerte de Parker, seguida del abandono de Alfonso.

Siempre ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora