Capítulo 5

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Anahí percibió que Alfonso estaba distante, y recordó que los médicos la habían advertido que tendría súbitos cambios de humor como efecto secundario de la recuperación de su cerebro.

–¿Quieres que desayunemos en el jardín? –preguntó tan animadamente como pudo–. ¿Por qué no sirves los cafés y pones la mesa mientras yo acabo?

Sin esperar respuesta, preparó lo necesario en una bandeja y abrió la puerta al jardín.

–Muy bien –dijo cuando Alfonso llenó dos tazas con café–. Enseguida estaré contigo –vio que Alfonso titubeaba y preguntó–: ¿Te pasa algo?

–No sé si sigues tomando leche o no –dijo en un tono de abatimiento que le encogió el corazón a Anahí.

–Sí, gracias.

Anahí se volvió para hacer los huevos revueltos y evitar que Alfonso viera la expresión de lástima en su rostro. Sin mirar, aguzó el oído y se relajó al oír que tomaba la bandeja y salía lentamente. Cuando los huevos cuajaron, los salpicó con cebollino y pimienta y al lado añadió unas láminas de salmón ahumado.

En el jardín se encontró a Alfonso contemplando un cerezo en flor que habían plantado recién mudados.

–¿Has visto qué grande está? –preguntó Anahí–. ¿Recuerdas cuando lo plantamos?

–Sí, fue un buen día –contestó Alfonso.

Anahí pensó que esa no era una buena descripción para un día excepcional que había acabado con un almuerzo en la hierba, con champán y sexo hasta altas horas de la madrugada.

–Ven a desayunar antes de que se enfríe –dijo con la voz teñida de emoción.

¡Habían hecho tantos planes ese día...! Algunos habían tenido tiempo de llevarlos a cabo antes de que su matrimonio colapsara. Ella no había tenido ni las ganas ni la energía de completarlos cuando se quedó sola. De hecho, había dudado si mantener o no la casa. Junto con la caseta independiente en la que ella tenía su estudio, era una propiedad demasiado grande para una sola persona.

Pero con Alfonso en casa, tenía la sensación de que volvía a estar completa, como si hasta entonces hubiera faltado una pieza. Impostó una sonrisa y al ver que Alfonso apenas probaba bocado, preguntó:

–¿No te gusta?

–Está muy bueno, pero no tengo hambre.

–¿Te duele algo? Me advirtieron de que podrías tener dolor de cabeza. ¿Quieres un analgésico?

–¡Any, por favor! Relájate –exclamó Alfonso con aspereza, dejando el tenedor en el plato y poniéndose en pie bruscamente.

Anahí lo vio alejarse, crispado, hasta que se paró con los brazos en jarras y las piernas separadas, como si se enfrentara a una fuerza invisible ante él.

Ella bajó la vista al plato y removió la comida con el tenedor, consciente súbitamente de la complejidad de lo que había hecho. Alfonso no era alguien a quien se pudiera manipular. Ya en el pasado, ella había tomado decisiones que lo habían enfadado. Como cuando había sacado a Bozo de un refugio sin hablarlo antes con él. O el día que dejó de tomar la píldora.

Una sombra le bloqueó la luz. La mano de Alfonso, fuerte y cálida, tan dolorosamente familiar, se posó en su hombro.

–Lo siento, no debía haber reaccionado así.

Anahí descansó su mano sobre la de él.

–No pasa nada. Siento haberte agobiado y prometo controlarme. Pero es que te amo tanto, Alfonso. Cuando pienso que podía haberte perdido... –se le quebró la voz.

Siempre ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora