Anahí estaba sentada a la mesa de la cocina con la taza de café en la mano. Llevaba paralizada desde que Alfonso había salido de la casa, mirando alternativamente la taza y el reloj de pared, preguntándose dónde estaba, angustiada por si le había pasado algo.
Quizá debía haber corrido tras él, en bata, en lugar de quedarse inmóvil hasta oír cerrarse la puerta de un portazo. Luego se había duchado y tras dudar si ir en su busca en el coche, había decidido esperar a que volviera. Si es que volvía.
Un ruido en la entrada hizo que se levantara bruscamente. Ni siquiera se molestó cuando la silla cayó al suelo.
–¿Alfonso? ¿Estás bien? Estaba muy...
–Voy a cambiarme. Luego quiero que me lleves a mi casa actual – dijo él ásperamente.
–¿Adónde? –preguntó Anahí con la voz quebrada.
–A mi casa, mi apartamento o donde quiera que viva. Supongo que sabes la dirección.
–Sí –dijo ella, asintiendo ante la mirada sombría de Alfonso–. Fui una vez, antes de que volvieras a casa.
–Esta no es mi casa –dijo Alfonso con amargura–. Al menos no lo es desde hace tiempo.
Anahí reprimió el impulso de decirle que podía volver a serlo, que podían empezar de nuevo. Pero a Alfonso no le gustaban las sorpresas y aquella mañana había recibido una muy desagradable.
–Está bien –dijo, abatida–. Avísame cuando estés listo.
–No tardaré –dijo Alfonso. Y se fue.
Anahí llevó la taza al fregadero. La idea de llevar a Alfonso a su apartamento la aterrorizaba. ¿Y si recordaba la rabia, las mentiras... el dolor?
Debía enfrentarse a la verdad. Era posible que Alfonso no quisiera volver a verla. De hecho, si recuperaba la memoria, quizá llamara a sus abogados para que siguieran adelante con el proceso de divorcio. Ella no podía hacer nada al respecto, y esa impotencia invadía cada célula de su cuerpo, debilitándola.
Tomó su bolso y esperó a Alfonso en el vestíbulo. Cuando bajó, se había vestido con un pantalón y una camisa de trabajo, llevaba el cabello peinado hacia atrás y se había recortado la barba. Se parecía más que nunca al Alfonso que la había dejado dos años atrás.
–¿Listo? –dijo ella, necesitando llenar el tenso silencio que se había instalado entre ellos.
–Listo –dijo él, abriendo la puerta y dejándola pasar.
Su caballerosidad, una constante incluso en momentos críticos, no supuso ningún consuelo para Anahí.
Hicieron el recorrido hacia el centro de la ciudad en una atmósfera gélida. Solo cuando llegaron cerca del puerto, Alfonso preguntó en tono frustrado:
–¿Adónde vamos?
–A Parnell. Tienes un apartamento en el último piso de uno de los rascacielos.
Alfonso asintió con la cabeza y miró de frente, como si estuviera ansioso por llegar.
Tras aparcar el coche en el garaje subterráneo del bloque, Anahí lo dirigió hacia los ascensores. Estaba en tal estado de tensión que temió no ser capaz de seguir adelante. La subida al apartamento de Alfonso fue más rápida de lo que habría querido y, súbitamente, se encontró ante la puerta.
Sacó las llaves del bolso y las alzó en el aire.
–¿Quieres abrir tú?
–No sé cuál es la correcta –dijo Alfonso, frunciendo el ceño.
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Siempre Conmigo
RomantizmTodo dependía de su capacidad para recuperar el amor de su exmarido Tras un accidente, Alfonso Herrera sufrió una amnesia que le impedía recordar los últimos años de su vida, incluido el hecho de que había abandonado a su mujer. Y esta, Anahí, decid...