Capítulo 3

455 50 0
                                    


Anahí se llevó la mano a la garganta como si con ello pudiera contener el sollozo que ascendió desde lo más profundo de su dolor. No se había dado cuenta de que Alfonso hubiera tomado aquella fotografía. Debía de haberla guardado cuando ella, al volver del funeral, empaquetó la habitación de Parker y guardó las cajas en el ático junto con los álbumes y las fotografías enmarcadas que había por la casa.

No podía soportar el dolor de estar rodeada de los recuerdos de su corta vida.

Ojalá...

Aquella palabra había estado a punto de hacerla enloquecer. Ojalá Alfonso no hubiera dejado la puerta abierta, o no hubiera tirado a Bozo la pelota con tanto ímpetu. Ojalá Bozo no hubiera corrido a la calle a por la pelota y... Anahí todavía se ahogaba al recordarlo... ojalá Parker no hubiera corrido tras él. Ojalá ella no lo hubiera animado a salir a jugar con su padre en lugar de quedarse con ella, a salvo, en el estudio.

La intensidad de su rabia, de su sentimiento de culpabilidad, del dolor, la había llevado esconder todo lo que la recordara a Parker. Excepto aquella fotografía, evidentemente.

Alargó la mano y le acarició las mejillas a su pequeño, atrapado tras el cristal, siempre niño. Nunca crecería ni terminaría el colegio, ni conocería a chicas. Nunca volaría solo, ni cometería diabluras.

Dejó caer la mano y permaneció varios minutos inmóvil, hasta que logró recordar qué hacía allí. Buscaba un contrato con un servicio de limpieza. Revisó los papeles de Alfonso, perfectamente clasificados como siempre, hasta que encontró el número. Tras llamar y cancelar el servicio, se fue, no sin antes guardar la fotografía en un cajón. Si tenía que volver, prefería evitar encontrarse con el recuerdo de todo lo que había perdido.

Afortunadamente, no había demasiado tráfico y no tardó en llegar a casa. Subió la maleta al dormitorio de invitados y la vació. No mentiría a Alfonso cuando le dijera que lo había instalado allí para que tuviera más espacio mientras se recuperaba. Solo evitaría mencionar que había trasladado sus cosas desde la otra punta de la ciudad y no desde el otro lado del descansillo.

Luego preparó una bolsa de viaje y volvió a salir. Para cuando llegó al hospital estaba agotada física y emocionalmente. Alfonso estaba de pie, mirando por la ventana.

–Empezaba a pensar que no volverías –bromeó al oírla entrar. –Había mucho tráfico –respondió tan animadamente como pudo–. Te he traído algo de ropa, aunque temo que todo te quede grande. Igual tenemos que comprarte un nuevo vestuario.

–¡Con lo que te gusta a ti ir de compras! –dijo Alfonso, soltando una carcajada.

Anahí se emocionó. Alfonso siempre bromeaba de eso con ella porque, aunque le gustaba comprar, odiaba las tiendas llenas. Así que solía entrar y salir. Nada de pasearse o mirar escaparates. A no ser que fueran de material de dibujo.

Con una risa nerviosa, le dio la bolsa con la ropa.

–Aquí tienes. ¿Necesitas que te ayude?

A pesar de la rehabilitación, Alfonso seguía teniendo dificultades de coordinación y equilibrio.

–Creo que puedo arreglármelas solo –dijo con la misma dignidad que Anahí siempre había admirado en él.

–Si necesitas ayuda, avísame.

Alfonso la miró con una media sonrisa y Anahí sonrió a su vez, consciente de que no la llamaría. Era demasiado independiente y testarudo.

Alfonso llevó la bolsa al cuarto de baño y cerró la puerta. Un estremecimiento de alivio lo recorrió de nuevo, igual que le había sucedido al ver llegar a Anahí. Desde que se había ido, se había sentido tenso e incómodo, y hasta la enfermera que preparaba los papeles para el alta había mencionado que le había subido la tensión arterial.

Siempre ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora