Capítulo 4

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¿Dormir en la misma cama?

Anahí se quedó parada delante del dormitorio de invitados y observó a Alfonso avanzar lentamente hacia el dormitorio principal. Lo siguió y volvió a detenerse mientras él se desvestía y, desnudo, se metía en el lado de la cama que acostumbraba a ocupar. En segundos, estaba dormido. Anahí sacó el camisón de debajo de la almohada y fue al cuarto de baño. Para cuando se lavó la cara y se cepilló los dientes, el corazón le latía desbocado.

Alfonso había hecho numerosas cosas automáticamente desde que habían llegado, lo que por un lado era tranquilizador y, por otro, inquietante. Significaba que su mente no había perdido todas las referencias, y también que quizá tenían un tiempo limitado hasta que lo recordara todo.

Se metió en la cama sigilosamente y se acomodó en el extremo, observándolo y escuchando su rítmica respiración. En cierto momento, esta se alteró y Alfonso se volvió súbitamente hacia ella.

–¿Qué haces tan lejos? –dijo con voz somnolienta a la vez que alargaba el brazo y la atraía hacia su pecho–. Puedes tocarme, no soy de cristal.

Y al instante, se quedó dormido.

Anahí apenas podía respirar. Cada célula de su cuerpo clamaba por acomodarse sobre el de Alfonso, por sentir su calor y la comodidad que le proporciona. Le resultaba tan familiar y tan distinto al mismo tiempo. Pero el latido era el mismo, y su corazón en aquel instante latía por ella. ¿Cómo no dejarse llevar por el momento, aceptar el tesoro que tenía ante sí?

Más valioso que el oro, que cualquier joya.

¿Cuántas noches había soñado con tenerlo de nuevo a su lado? Anahí suspiró y se relajó un momento, pero al instante su mente se activó. ¿La perdonaría Alfonso si llegaba a recuperar la memoria? Prácticamente lo había arrancado de la vida que llevaba antes del accidente. Lo había devuelto a vivir con una mujer a la que había preferido abandonar. Cualquier error podía ser fatal. ¿Era imperdonable actuar como si nada hubiera pasado? Solo el tiempo lo diría.

Respiró profundamente y aspiró el familiar aroma de Alfonso. No podía perderlo de nuevo. Lucharía con todas sus fuerzas y triunfaría.

Fue a moverse y notó el brazo de Alfonso apretando el abrazo, como si no quisiera dejarla ir. Eso dio esperanza a Anahí. Si subconscientemente Alfonso se aferraba a ella así, quizá, solo quizá, podría volver a amarla.

Anahí se despertó por la mañana en una cama vacía y con Alfonso, desnudo, delante del armario, cuyas puertas estaban abiertas de par en par.

–¿Alfonso? –preguntó soñolienta–. ¿Estás bien?

–¿Dónde está mi ropa? –preguntó él sin dejar de pasar las perchas y revisar los cajones.

–La puse en el dormitorio de invitados cuando pensé que preferirías convalecer allí.

Alfonso hizo una mueca.

–Los inválidos convalecen. Yo no estoy inválido.

–Lo sé –dijo ella, sentándose y apoyando los pies en el suelo–, pero tampoco estás plenamente recuperado. Dime qué quieres e iré a buscártelo.

Confiaba en encontrarlo. No había recogido toda la ropa de su apartamento. Cabía la posibilidad de que quisiera algo que no tuviera disponible, y con Alfonso en casa iba a ser más difícil hacer una escapada a su apartamento.

–Quiero mi vieja sudadera de la facultad y un par de vaqueros –dijo Alfonso, volviéndose.

Anahí contempló su cuerpo. Aunque hubiera perdido músculo seguía teniendo un cuerpo perfecto. Se veía una cicatriz rosácea por donde le habían quitado el apéndice tras el accidente y, una vez más, Anahí fue consciente de lo cerca que Alfonso había estado de la muerte, de lo frágil que era la vida. Ella sabía bien cómo todo podía cambiar en una fracción de segundo.

Siempre ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora