Tragedias.

85 5 2
                                    

«Tragedias»

Oh, no.

Giovanni.

Me giré para verlo. Sus labios dibujaban una sonrisa, pero esos  llamativos ojos azules con esa curiosa tonalidad verde expresaban una profunda tristeza, era la misma mirada que cualquier persona pondría al punto de llorar. Ese aura gris rodeando su ser, era de tristeza profunda.

Eres un monstruo, Kylie.

Eres un maldito monstruo, Kylie Grayson.

—En realidad, él no era mi novio para ese entonces.—Recalqué, girándome nuevamente a la mesa.

Si seguía viendo esos profundos ojos azules y la tristeza que emanaban, me iba a poner a llorar.

Sentí el calor de su mano sobre la mía, obligándome a verlo. Alargó su sonrisa y elevó mi mano para besarla, así como la primera vez que nos vimos. El calor de sus labios contra el dorso de mi mano provocaban en mí una ola de electricidad. No tanto por lo que Gio, me provocaba, sino por lo nerviosa que me ponía que Joseph nos viera y le diera un ataque de celos.

Pero le pasa por ser un idiota, por nunca saber que carajos quería. Esto es su culpa también, es nuestra culpa por no saber superarnos el uno al otro. Al menos estamos juntos y espero que siempre lo estemos.

Cuando Giovanni suelta mi mano, le regaló sonrisa de boca cerrada. El retrocede con esa bonita sonrisa tierna pero esa mira triste que sigue hiriendo mi corazón. Cuando ya no está cerca vuelvo a mi labor de ver los bocadillos.

Vamos, Kylie, toma una maldita decisión.

Me mente está tan bloqueada, con lo de Giovanni y Tobbias que no tengo tiempo para pensar en cosas simples.

Sin previo aviso dos fuertes brazos rodean mi cintura, el olor a fragancia cara con aroma dulce y masculino invade mi sentido del olfato. Me giró de espaldas, sin romper su agarre. Sus bonitos ojos marrones encuentran los míos, sus labios curvando una sonrisa.

Joseph acerca sus labios a mi oreja.—Hola, conejita.

Maldita sea, ese condenado apodo sigue causando estragos en todo mi ser, casi como la primera vez.

Mis mejillas se enrojecen al darle vida a uno de nuestros más sucios recuerdos.

“—¿A la conejita le gusta saltar sobre mí?"

“—La conejita le encanta saltar..."

Maldita mente pervertida.

—Hola.—Me esfuerzo en decir, dejando atrás mis pecaminosos recuerdos.

Sin muchas palabras, nuestros labios convergen en un suave y corto beso. Nos separamos, nos quedamos viendo por varios segundos.

—¿Que te decía Giovanni?—Joseph tenía una lucha interna contra los celos, lo podía ver en sus ojos.

—Nada fuera de lo normal. Olvídalo.—Alegué, acariciando con mi dedo pulgar su mejilla.

Mi respuesta no parece convencerle, nuevamente. Muerde sus labios. Otra vez sus ojos reflejan esa duda.

—¿Aún me quieres, cierto?—Su voz es frágil, casi tímida. Cómo si mi respuesta le asustara.

Me le quedo viendo a los ojos, analizando mi respuesta. Me pierdo en lo bonito y casi perfecto que es su rostro. Estoy apunto de decir que aún lo quiero, pero el timbre nos interrumpe.

Mi padre habré la puerta. Una gran ¿Pared? De flores, que tapa al cartero que lo lleva en brazos. Para ser exactas era rosas, muchas rosas. Y un gran oso de peluche en color rosa cargado por otro cartero. Joseph frunce el señor con confusión, cierto brillo de rabia aparece como un fantasma en su mirada, aprieta la mandíbula y presioná sus puños a los lados de su cuerpo. Yo camino hasta la entrada con mi mucha cautela.
 

Aún te quiero Donde viven las historias. Descúbrelo ahora