«El mejor regalo, eres tú»

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«El mejor regalo, eres tú»

Ya había pasado al menos una semana de todo lo sucedido con Jonh y Michelle, no habían terminado. Sin embargo, se estaban dando su tiempo para asimilar las cosas. Especialmente Michelle para procesar sus miedos. Ambos necesitan su espacio para poder entenderse.

Estiré mi brazo al lado derecho de la cama sin sentir ningún rastro de Joseph. No, aún no vivíamos juntos. Pero, hace días que estamos pasando tiempo unidos. Me senté en la cama, aclare mi vista, estiré mi espalda y cerré mis ojos con fuerza.

La puerta se abrió dejando ver a mi hermoso castaño, ojos pardos y sonrisa tierna. Vestido solo de un pantalón de pijama azul y el torso descubierto. Cargado entre sus manos una bandeja con una enorme montaña de waffles con una vela del número veinticuatro y dos tazas grandes. Me sonrió abiertamente, mostrándome sus preciosos y relucientes dientes.

—Buenos Días, cumpleañera. Te traje el desayuno.—Joseph se acercó a mí y poso la bandeja en mis piernas.

Un intento de "Feliz cumpleaños" está escrito con chocolate sobre los Waffles.

—Buenos días. Gracias por gesto.—Contestó con una sonrisa.

Sacó un encendedor y prendió la velita.—Pide un deseo.

Mi mayor deseo me está diciendo que pida un deseo, que irónico. Cierro mis ojos y soplo la vela.

“Quiero que estés siempre a mi lado. Nunca dejes de amarme.”

Él planto un pequeño beso en mi cabeza, tomó los cubiertos, cortó un trozo de su obra maestra y lo lleva a mi boca.

Sip, hoy es mi cumpleaños número veinticuatro. Hoy en la tarde iríamos con los chicos a comer a casa de mis padres para un almuerzo que me hacen todos los años en su casa, Luego nos vamos para algún otro lugar a seguir con la parranda y nuestra vida de alcoholismo.

Joseph y yo saboreamos el desayuno con lentitud y cursilería. Cada que podíamos nos damos un corto beso en los labios. Acabando de comer, él me dió la espalda y levantó una bolsa blanca.

—Cierra los ojos.—Me ordena amablemente, el nerviosismo está al mando de su lenguaje corporal.

Cierro mis ojos y pongo las manos al frente.—¿Que es?

—Es una sorpresita.

Él pone el objeto sobre mis manos. Tiene una textura suave y peluda. Abrí mis ojos y veo el regalo.

—Lo vi en la juguetería y lo primero que se me vino a la mente fuistes tú, conejita.—Murmuró bajito, pegado a mi oído.

En efecto, era un conejo de peluche. Reí por lo bajo al ver tan adorable objeto.

—¿Te gusta?—Me cuestiona con nerviosismo.

Hago una mueca de desaprobación. Él se entristece.

—Me encanta, tontito.—Aclaré golpeando suavemente su nariz con mi dedo índice.

Da un suspiro de alivio sale de sus labios, seguido de una enorme sonrisa. Me acerqué a él para besarlo. Saboreando sus dulces labios, acaricié lentamente su desnudo abdomen, bajando sutilmente entre los músculos del mismo. Él tomó mi muñeca al sentir mi mano sobre el elástico de su pijama, deteniendo el recorrido de mi tacto.

—Ese es tu regalo para más tarde, ya deja de seducirme.—Me acusa, separándose levemente de mí.

—Cállate y gózalo.—Dije, volviendo a besarlo.

Lo empujé un poco para poder sentarme en su abdomen. Bajaba mis besos por su cuello y pecho.

—Kylie, hablo en serio, detente, se nos hará tarde.—Hablá seriamente, tratado de detenerme.

Aún te quiero Donde viven las historias. Descúbrelo ahora