PARTE 1: CAPÍTULO 1

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EL ORFANATO

KAYLA

Un día más es un día menos Kayla, repetía en mi cabeza todas las mañanas cuando abría mis ojos a primera hora de la mañana.

Madison, mi compañera de cuarto y mejor amiga desde que llegué al orfanato se estaba cepillando la melena rubia que le llegaba casi a la cintura, mientras tenía la vista perdida en los niños y niñas que jugaban en el patio principal del edificio.

Yo, como siempre, estaba con la mente sumergida en el libro que estaba leyendo en aquel momento.

—Este año dicen que traerán a más niños abandonados.— me dijo.

—Me siento tan triste por ellos. Son tan pequeños...—separé mi vista de la lectura y me centré en lo que me estaba comentando Maddie.

—No te sientas así, Kayla—dijo, acercándose a mi cama—. Ellos no tienen la culpa de que sus padres no se hagan reponsables.

—Tienes razón.—noté como mis ojos se empezaban a aguar.

Así era yo, tan sensible como el tacto de una pluma.

—Fíjate en nosotras, si no nos hubieran traído aquí, ahora mismo no seríamos uña y carne.

Estaba en lo cierto.

Entramos a la misma vez a este orfanato y nos hemos tenido la una a la otra siempre que lo necesitábamos.

Prácticamente éramos inseparables.

—Ojalá podamos cuidar a varios bebés. Me gustaría ayudarles cuando crezcan.—le dije.

—¡Sí!—dijo dando saltitos de alegría a mi lado—. Les enseñaremos a decir palabrotas y a hacer travesuras por todo el edificio.

—Tú siempre tan colaborativa, Madison.—volteé mis ojos y dispuse a seguir con el libro que días atrás había comenzado a leer. Siempre tenía que tener uno en mis manos, sino no era persona.

Madison siempre había sido la chica extrovertida, con ganas de hacer locuras. Yo, por el contrario, era demasiado tímida con la gente que me rodeaba. Con ella podía ser quien yo quisiera sin pararme a pensar lo que la gente podría hablar.

Con la chica que tenía a mi lado era suficiente.

Allí no teníamos demasiadas amigas, a casi todas las adoptaron cuando eran niñas y perdimos completamente la relación. Así es como vivíamos desde que éramos pequeñas. Nuestro propio futuro era incierto, no teníamos poder sobre él.

Sonó el timbre que avisaba que teníamos que ir a almorzar al comedor común.

Bajamos la escalera que comunicaba la segunda planta con la planta principal donde se encontraba el salón, el comedor, baños, el vestíbulo...

Cuando entramos al comedor recogimos la comida que para nuestra mala suerte era un plato a rebosar de puré de patatas.

Puaj.

—Algún día nos pondrán comida decente.— dijo Maddi cuando nos sentamos en nuestros sitios de siempre.

—Eso espero, estaré la primera en la fila cuando repartan hamburguesas.—mi comida favorita.

Estábamos charlando y riéndonos tanto que cuando sonó el sonido del sistema de megafonía que se escuchaba en todo el edificio, nos sobresaltamos. A continuación la voz de la Sr. Nguyen, la secretaria del director, dijo algo que me dejó en el sitio.

—Kayla Brown, habitación 326. Diríjase al despacho del director urgentemente.

Se escucharon murmullos por todo el comedor.

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