Lele
Jueves 22 de septiembre
La música finaliza al mismo tiempo que termino la coreografía. Tomo una respiración profunda y permito que mis pies descansen al apoyar toda la planta y relajar la postura frente al espejo. El sudor brilla en mi piel y las mejillas se me han enrojecido luego de dos horas completas de bailar.
Me dejo caer en el suelo, exhausta, y recojo las piernas para desamarrar las cintas de mis puntas de baile. Con una mueca de dolor descubro mis mallas rotas, humedecidas y manchadas de escarlata, y un par de nuevas ampollas que palpitan en mis pies.
Regresar al ritmo al que estaba acostumbrada antes de venir a Westwood Hills no es fácil. En los últimos dos años solo tuve cierta cantidad de ensayos para mis clases prácticas, donde hacía apenas el esfuerzo suficiente para aprobar las materias. Y, claro, nunca recibí el permiso de la profesora Simmons para usar los estudios de baile como otros estudiantes.
Aunque es cierto que el semestre pasado conseguí tres horas a la semana para practicar, pero fue de forma ilegal y por un corto tiempo. Sucedió que un día estaba en medio de una crisis de nostalgia y terminé por quedarme espiando los ensayos de otras chicas por largas horas, lo que debió darle lástima al Señor Barr, el conserje. No supe si me descubrió enseguida o mucho más tarde, pero el anciano se ofreció a prestarme las llaves para que yo también pudiera practicar un rato cada semana. Funcionó bien hasta que la Chucky Simmons nos descubrió.
Suelto un suspiro y me levanto, pese al dolor, para recoger mis cosas e ir a casa. Guardo mis puntas de baile en mi bolsa deportiva, bebo un poco de agua, me coloco los tenis con cuidado y luego desconecto mi celular del equipo de sonido.
Al ver que tengo un mensaje de Kelsy, le llamo mientras apago las luces para irme.
—¡Lele!
—Hola, Kels.
—¿Qué tal el ensayo de hoy?
Hago una mueca y empujo la puerta para salir.
—Tengo los pies destrozados, pero amo esto. Ojalá tuviera asesoría.
Me detengo luego de avanzar solo unos pasos porque me encuentro en el piso con un pequeño ramo de florecillas azules que no estaba cuando llegué.
—¿No hay allí alguien que pueda dártela? Además de la Chucky Simmons, quiero decir.
Me agacho a recoger las flores y me resulta inevitable sonreír al darme cuenta de que son nomeolvides. Mis favoritas.
—Supongo... supongo que la profesora Hocking.
Volteo hacia los lados en busca de quien pudo dejar olvidadas las flores allí, pero no hay nadie en los alrededores.
—Profesora Hocking, ahí lo tienes. Habla con ella.
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El plan perfecto
RomanceLele tiene el plan perfecto para retomar las riendas de su vida, resistir al infierno llamado universidad y luchar por aquel sueño que había dado por perdido. El nombre de Edmund no figura en el proyecto. Sin embargo, luego de un inesperado reencue...