Capítulo 3: El amor es así.

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Los segundos pasaban en aquella avenida y el silencio entre las dos seguía reinando. Si había algo que no esperaba ya de aquel día era ver a Himawari salir justo de la residencia en la que se había detenido a pelear con el gato callejero. Sakurako había dado al fin con ella, pero no era capaz de articular palabra. ¿Cuánto tiempo había pasado? Aun así, le sorprendía recordar aquellos ojos castaños a la perfección. Tantos días que había pasado echándola de menos en Kanazawa, que incluso estuvo a punto de responder más de una vez alguna de sus tarjetas de cumpleaños. Ahora la tenía frente a ella y ni siquiera sabía qué decir. En realidad, era lógico, pues lo último que recordaba Sakurako que compartieron antes de que se fuera de Takaoka fue un enfado y el retirarse la palabra. Había demasiadas cosas de las que se arrepentía, y la más dolorosa era, sin lugar a dudas, haberse ido sin antes solucionar sus problemas con Himawari.

—Ha pasado... mucho tiempo. —Himawari no podía evitar dibujar una leve sonrisa en sus labios. No parecía tan sorprendida como lo estaba Sakurako al verla, pero sí más feliz—. Feliz cumpleaños.

«Vamos, ¡habla de una vez, idiota!», se decía a sí misma Sakurako, tratando de lidiar con su propio nerviosismo. «¡Ella está esperando a que digas algo!». Cada vez que miraba el rostro de Himawari, sentía el suyo arder de la vergüenza. Si tan solo algo o alguien la hubiera prevenido de aquel encuentro tan repentino, quizás habría tenido tiempo de prepararse unas pocas frases banales, de esas que se usan para saludar a cualquier persona que te encuentras por casualidad. Pero claro, casualmente Furutani Himawari no era cualquier persona.

—Sakurako, ¿estás bien? —volvió a hablar.

—¡Buenos días! —gritó Sakurako, inclinándose exageradamente hacia Himawari. Entonces recordó que casi era la una de la tarde—. Quiero decir... ¡buenas tardes!

—Me alegra mucho verte. ¿Cuándo has llegado? —preguntó ella.

—Pues... esta mañana —respondió.

Himawari se mostraba amable, parecía que no le guardaba ningún rencor por aquella disputa que tuvieron años atrás. Quizás, ni siquiera se acordaba de ello. Sin embargo, Sakurako notaba algo extraño en ella. La joven castaña estaba hecha un manojo de nervios y Himawari, en cambio, parecía bastante tranquila. Siempre le había parecido muy tierna la forma en la que Himawari se avergonzaba en su adolescencia, ¿acaso había perdido esa faceta de su carácter? Ese detalle casi la hacía desconfiar, al igual que el hecho de que se encontrara en una de las residencias de aquella avenida, pues sabía que ella no vivía por allí.

—Ahora mismo no tengo mucho tiempo, pero... ¿crees que podríamos quedar un día a solas para hablar? —dijo de pronto Himawari. Viendo que esto sorprendía aún más a Sakurako, rectificó—: Simplemente me gustaría hablar un poco contigo. Hace muchos años que no sé nada de ti, ni tú de mí.

«La boda». Aquello era lo único que le venía a la mente a Sakurako. ¿De verdad no se esperaba que ella lo supiera ya? ¿Acaso Himawari quería ser la que le diera la noticia? Todo lo que tenía que ver con esa celebración hacía que se le revolviera el estómago.

—No hace falta... —respondió la castaña, tratando de negarse. No podía hablar con ella del hecho de que se casara con otra persona. Le restó rápidamente importancia a la conversación e intentó marcharse por donde había venido—. Me están esperando en casa para comer —mintió—. Ya nos veremos.

Sakurako ya estaba decidida a marcharse de allí a toda prisa si fuese necesario, pero Himawari caminó hacia ella y la sujetó tímidamente del brazo. En aquel momento, juraría que un extraño escalofrío le recorrió el cuerpo al sentir su contacto, después de tantos años.

—Sakurako... ¿por qué no me dijiste que te ibas de Takaoka? —Himawari parecía más intrigada que molesta por aquello, y hablaba en tono amable para que la pregunta no resultara demasiado incómoda.

Durante mi regresoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora