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consigna: escribir una historia en la que el acontecimiento central ya pasó. Narren la vida de los personajes en el después y que la información del pasado se vaya filtrando en el texto.

escrito:

Desde el balcón se asomaban las tan admiradas figuras. A un lado estaba la princesa Isabella Drago, Su pelo oscuro llevaba dos mechones trenzados hacia atrás como una corona y combinaba con el hermoso vestido azul que traía puesto, aunque no se llegara a ver por completo. Al su lado, el ex caballero y ahora príncipe, Maximiliano Red. Relucía la sonrisa que tanto practicó y su cabellera rubia acortada para no moverse con el viento, unas de las tantas cosas que cambió desde que tuvo que dejar su armadura de lado, principalmente su casco. Con unos movimientos de lado y el sol ocultándose frente a ellos se despidieron de la gente y entraron al castillo. El chico suspiró algo adolorido.

-¿Alguna vez va a dejar de dolerme sonreír tanto?-

-Tal vez cuando te acostumbres a usar los músculos que no moviste en toda tu vida y no dejas de intentar a diario-

Ella usaba el espejo para encontrar esos adornos que mantenían su peinado en el lugar y soltárselo. Escuchó la risa de su compañero, interrumpida por el casi quejido de alegría al  tirarse en la cama después de tantas horas ocupado.

-A veces extraño los tiempos más simples-

Dejando el último gancho en su lugar, se giró a verlo, negando con la cabeza.

-Corrección, no más simples, menos complicados-

Él la vio sentarse en el borde de la cama y dejarse caer hacia atrás. Le recordó a los niños lanzándose sobre la nieve recién caída para hacer figuras de ángeles. Por momentos olvidaba que ambos tuvieron infancias muy distintas, casi en mundos diferentes. 

-Pero menos complicado que cuando nos conocimos ¿No te parece?-

Ambos se vieron, mirando al techo a continuación, y recordando ese extraño momento. El gran caballero del reino, con la mejor racha y las mayores proezas realizadas, acababa de recibir su nueva misión: rescatar a la princesa del castillo. Durante generaciones, luego de su quinceavo cumpleaños,  la joven quedaba al cuidado de una peligrosa criatura: un dragón, dándole un año exacto a sus padres para elegir al mejor candidato para regresarla a casa y ganarse su mano. Max mantenía la vista fija en la entrada de la guarida de la bestia, buscando el impulso final para entrar. En su cabeza resonaban todas las leyendas y las advertencias que las personas le contaron, sobre los valientes caballeros que entraban a pelear, incluso los que nunca lograban salir. Debía alejar esas voces y concentrarse en sus fortalezas, esas que llevaron a los propios reyes permitirle intentar esa misión.

Con esa misma fuerza, intensificó el agarre sobre la espada que llevaba en su mano y pateó la puerta para abrirse camino y entrar. La entrada del lugar era muy espaciosa, vacía, casi abandonada de no ser por las enormes huellas sobre el polvo del suelo. Las que apenas llegaba a divisar con la luz de día que se colaba por su ingreso, el resto parecía oculto entre penumbras. Se encaminó hacia el otro lado, donde comenzaba la escalera. Ya todos sabían que las princesas permanecían ocultas en lugar más alto. Agradeció estar acostumbrado a caminar bastante con aquella pesada armadura encima, aunque decenas de kilómetros en llano no eran lo mismo que todos los escalones que tendría que subir. Al adentrarse accidentalmente arrastró la espada por el suelo, fueron unos segundos, pero el ruido del acero contra el suelo de mármol llamó la atención de la criatura menos inesperada. 

A su izquierda notó algo, dos luces brillando rojas como el fuego más intenso, y un gruñido profundo desde la misma dirección. El ruido de pequeños golpes contra el suelo fueron una clara señal de que la criatura se acercaba, supuso que eran sus garras contra el suelo. Max se quedó quieto como una estatua, esperando. En poco tiempo tuvo el hocico del dragón tan cerca como para verlo en detalle, con su oscura piel escamosa y sus enormes colmillos que sobresalían de su boca cerrada. Nuevamente arrastró la espada contra el suelo, para levantarla y apuntarla en dirección a la bestia, levantando con esta una espesa nube del polvo. Las fosas nasales del hocico parecieron volverse aún más grandes, soltaron de repente un poco de aire, generando el característico sonido. El caballero, haciéndole honor a su apodo y casi automáticamente le respondió. Lo que nunca pudo predecir es como continuaría aquella situación.

-Salud-

-Gracias-

La profunda voz de ultratumba le contestó. No podía creerlo, ni siquiera sabía como reaccionar a eso, se quedó helado. El temible hocico con sus filosos dientes volvió a desaparecer en la oscuridad del lugar. Pocos segundos después una figura totalmente inesperada se asomó desde estas, dejando al chico aún más confundido.

-Lo siento, no tuvimos oportunidad de presentarnos correctamente. Me llamo Isabella Drago. Creo que ya conocías mi nombre ¿Verdad? Por eso estás aquí-

La joven se veía bien, tanto como podía estar alguien que había pasado todo un año sola en un castillo. Su cabello estaba despeinado, su vestido tenía uno que otro raspón y manchas de polvo, al igual que la mano que le extendió en forma de saludo. Unos segundos después pudo reaccionar. Cambió su espada de mano y le respondió el saludo, aún sorprendido y balbuceando.

-Si-si. Yo soy Ma-Maximiliano Red, el caballero que vino a... ¿rescatarte?-

-Del aburrimiento tal vez- 

La chica se acercó sin previo aviso, asustándolo un poco, poniendo sus manos a los costados del casco. 

-Ya que tu me viste, y si no te molesta, me gustaría conocer al joven detrás de la armadura-

Él dudó un poco, pero asintió. Al estar en un ambiente oscuro, sus pupilas estaban más dilatadas que de costumbre, tapando casi todo el azul de sus ojos. Lo único que pudo distraer la atención de la joven de ellos fue la extraña mueca que hacía con su boca.

-Hm. Creo que alguien necesita aprender a sonreír-

De regreso a la actualidad, la princesa reía.

-Se que siempre te lo digo, pero debiste ver tu cara cuando supiste la verdad-

Max la miró y le sonrió, no con una sonrisa cualquiera, sino de esas que ponía cuando tenía un buen remate a sus comentarios.

-Que pena que no puedas ver la tuya cuando tu sepas la verdad-

-¿Qué verdad?-

-Que eras más linda como dragón. Hasta tus dientes eran más blancos-

Recibió un almohadazo como respuesta, de parte de la furiosa chica que no tenía otra cosa a mano, aprendiendo así que a veces hay cosas que es mejor mantenerlas en secreto. Como el que guardó y seguiría guardando sobre los drago, el inicio de la leyenda. Que las princesas son resguardadas por salvajes criaturas, esperando desde la torre más alta a su futuro príncipe y salvador.

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