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Consigna: escribir una historia en la que descubrimos a un personaje a partir de un gesto puntual que nos revela algo fundamental de su persona.

escrito:

El chico secaba el vaso de vidrio que acababa de limpiar, con un trapo, mientras miraba con atención al grupo de hombres sentados en la mesa. Perros jugando póker, si tuviera que usar una imagen en lugar de palabras, estaba seguro de que ese cuadro era perfecto para describir la situación. Las fichas repartidas, las cartas sobre la mesa y algunas en manos de los jugadores. Y que jugadores. Durante años se juntaron en ese mismo lugar, cada sábado a la noche, a jugar. Aún así podían mirar a sus contrincantes sin dar una sola señal que delatara sus cartas. Nadie podía adivinar que cartas tenía el otro, les sería más sencillo adivinar cuales no. Le gustaba decir, sin lugar a dudas, que la carta faltante era un comodín. No se usaba en el juego, así que equivocado no estaba. La decía para bromear, pero en realidad era su carta favorita. El comodín, el arma perfecta en un juego, la única capaz de ser lo que su dueño quisiera que fuese. Como lo era él.

Ser un agente en cubierto no era tan fácil como en las películas. Después de años de estudio y práctica, lo más probable era terminar en una oficina ordenando archivos y manejando datos, o tener más suerte y ayudar a la policía con investigaciones e interrogatorios. Pero esa semana los planetas se alinearon, las casualidades se presentaron, la suerte cambió y hasta llovieron gomitas del cielo. Bueno, esto último no pasó realmente, pero para Alex hubiera sido tan genial como lo era tener su primera misión encubierto. Con los favores correctos este agente se volvió el mesero contratado especialmente para las reuniones nocturnas. Pasó por cumpleaños, reuniones familiares, festejos e incluso noches libres, hasta que su objetivo principal se presentó. Para no tener una vida cliché, que los líderes de la mafia se juntaran en ese tipo de situaciones era algo inusual. Tampoco iba a quejarse. Su trabajo se limitaba a servir tragos, prestar atención a lo que dijeran y ganar buenas propinas.

Tanta concentración y tan pocas palabras lo ponían algo nervioso en el fondo. Por el momento solo se concentraba en los consejos que sus superiores le habían dado: mostrarse calmado y serio sin exagerar su comportamiento, no preguntar demasiado, no llamar la atención. Uno de los hombres le hizo el primer pedido. Eso era bueno, con suficiente alcohol encima pronto comenzarían a hablar sin medir sus comentarios. Dejó el trapo sobre la mesada en la que trabajaba, el vaso limpio sobre este, sirvió el trago en un vaso y se lo alcanzó al desconocido, sin notar su grave error. La fricción del trapo húmedo no fue suficiente para evitar que el vaso resbalara y se hiciera pedazos contra el piso con un fuerte ruido. Sin siquiera pensarlo dos veces, y como consecuencia de tantos meses de práctica, dejó lo que llevaba sobre la mesa y llevó su mano dominante al costado en busca de su arma. Un arma que no llevaba allí. Esa acción fue suficiente para delatarlo frente a los jefes, quienes sacaron las armas que si llevaban guardadas y le apuntaron. El líder lo miró casi burlándose, y le dijo la última frase que alguna vez escucharía.

-¿Nadie te aviso que no admitimos policías?-

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