Capítulo 2: Interrogatorio en el recreo

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 No sé si es por instinto evolutivo, por  drama o porque el macho que todos llevamos dentro sale ocasionalmente a flote y siente que le patean el orgullo, pero al día siguiente no buscaba quién me la había hecho, sino quién me la pagara. Durante la hora de educación física jugábamos futbol como de costumbre, pero yo me encontraba en modo futbol americano porque mis pies se dirigían a mis compañeros del equipo contrario y no al balón. Por supuesto me lo reclamaron a la hora del recreo.

—Estás jugando demasiado rudo — me dijo en la cara Germán, y a pesar de que se sentía molesto le contesté como si me hubiera ofendido.

—Si no te gusta, puedes irte al taller de computación con las niñas.

— Sólo digo que es obvio que algo te pasa.

— Es cierto — respondió Carlos —, a mi Javier me tacleó como si estuviéramos en la MMA. 

­—¿Qué pasa, chicos? ¿Problemas en el paraíso?

Ese tipo de preguntas eran muy comunes a la hora del recreo en donde las hormonas nos hacían separarnos hombres y mujeres. Yo no sabía cómo funcionaba con las niñas, pero esas reuniones de 20 minutos en los recreos podían ser mortales para cualquier hombre si no sabías cómo evadir los disparos de tus propios amigos.

Los recreos eran un  interrogatorio para conocer la vida sentimental — y a veces la vida íntima — de las parejas de la escuela porque, hay que decirlo, en esas cuestiones los hombres somos los más metiches.

—Yo sólo he tenido un mal día—respondí a los chismosos de mis amigos.

Me creyeron. De ese tamaño debía ser mi mala cara como para que me creyeran a la primera, pero Martín no corrió con la misma suerte.

—¿Y tú, Martín?

—¿Yo? — respondió Martín, quien no esperaba que ese día la presión cayera sobre él. Al parecer no era el mejor momento en su relación como para ponerse a responder preguntas tontas... exactamente igual que en mi caso.

— Si, tú. ¿Problemas en el paraíso? — volvió a preguntar Germán.

—Para nada, incluso... — dijo Martín, cerrando la boca a media frase. Se dio cuenta de que estaba hablando de más,  pero ya era demasiado tarde.

—Incluso... ¿qué? —preguntó alguien más y una bolita más grande de gente  comenzó a formarse en nuestra mesa de concreto.

—Incluso Fátima y yo hicimos cosas.

—¿Qué clase de cosas? —exigió saber Germán.

—Ya saben chicos, cosas.

Pero todos, y en especial Germán, éramos unos sabuesos para detectar mentiras en caso de que uno de los nuestros quisiera adjudicarse victorias que aún no hubiera realizado. Sólo unos pocos hábiles maestros de la mentira podían mentir sin que los demás muchachos —y en especial Germán— pudieran darse cuenta.

En el momento menos indicado a Martín le dio un tic en el ojo izquierdo. Todos sabían que eso le sucedía cuando estaba muy nervioso. Su suerte estaba dada. Germán rompió el incómodo silencio con una carcajada y sentenció con voz segura:

—¡No es cierto!

Martín bajó la cara, avergonzado por haber sido descubierto. Sentí pena por él y salí a su rescate. El peor error de mi vida.

—¿Y que hay de ti, Javier? —preguntó alguien.

—Si, Javier. Dinos que hay entre Adriana Fernández y tú.

No me pasó por la cabeza. No me imaginé que por defender a uno la inquisición caería sobre mí. Mi mente quedó en blanco y las manos me comenzaron a sudar, y justo cuando comenzaba a pensar en defenderme el timbre sonó con fuerza anunciando el fin del receso. Por el momento me había salvado, pero sabía que aquel jurado juvenil no perdonaba ni olvidaba. Ya me tendría que ver las caras con ellos de nuevo. Quizá no al día siguiente, pero ya se acordarían de mí. 


                                                                                    ***

Espera un nuevo capítulo todos los sábados a las 9:00am hora de la Ciudad de México. 

Buenos muchachosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora