Capítulo 3: Casa sola por una noche.

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 Dicen que el que persevera alcanza y que el que busca encuentra. Pude dar fe de esto cuando algo en la típica plática familiar a la hora de la comida hizo llamar mi atención: mis padres saldrían de la ciudad por un día y una noche enteros, debido a problemas en el acta de nacimiento de mamá. Ella necesitaba hacer algunos  trámites  cuanto antes y esos errores en su acta no la dejaban hacerlos. Era curioso lo que había ocurrido en la década de los sesentas, cuando ella nació y había menos regulación en la expedición de actas de nacimiento en el estado de Puebla. El «genio» que se había encargado de expedir el acta de mi mamá había escrito su fecha de nacimiento como: «31 de agosto del año en curso». ¿Cuál es el año en curso? Realmente en cualquiera en el que se lea aquel documento. La situación es tan graciosa que se acabó convirtiendo en un chiste local en casa.

Por suerte, papá tenía un contacto en el registro civil de la capital poblana que solucionaría el problema en cuestión de horas, expidiendo una nueva acta con el año correcto, 1968, pero con la condición de que llegaran a su oficina antes de que comenzaran las actividades regulares en las oficinas gubernamentales, es decir, antes de las 8 de la mañana, lo que les obligaba a viajar desde la tarde anterior para evitar a los dos peores enemigos de mi papá: prisas y contratiempos.

La situación sonó como música para mis oídos por ser el sueño dorado de cualquier muchacho que es hijo único a los dieciséis años: casa sola por una noche. Claro, había piedritas en el camino con todo aquello, como que se llevarían el automóvil que normalmente yo conducía con entera libertad, y que no sabía cómo  convencer a una niña bien como Adriana de pasar la noche en mi casa.  Pero como dicen por ahí, un problema a la vez.

Como cualquier mamá, la mía no paró de dar opciones e instrucciones ante cualquier inconveniente o problema que se pudiera presentar. Preveía hasta el escenario más catastrófico que pudiese suceder en 24 horas. En cierta forma su actitud me molestó. ¿Con quién creía que estaba tratando? Yo ya tenía dieciséis años, y así se lo dije, duro y a la cabeza.

Como cualquier papá, el mío no paró de dar órdenes y de asignar tareas, una tras otra, suficientes como para poder cubrir las poco más de 24 horas que no estarían presentes. Igual que mamá, su fe en mi parecía no existir, y así se lo reclamé, duro y a la cabeza:

—Estás igual que mamá. Por favor confíen en mí. Ya tengo dieciséis años. Sé lo que tengo que hacer.

Mi papá me miró con cara de escepticismo.

—Me conformo con que saques la basura. Recuerda que el camión pasa muy temprano. Tu mamá y yo salimos mañana en la tarde para Puebla.

Entonces tenía todo lo necesario: tiempo para planear bien las cosas, una novia hermosa y una casa sola por una noche y un día enteros. Ahora sólo tenía que convencer a esa novia.

***

Espera un nuevo capítulo de esta historia todos los sábados a las 9:00am hora de la Ciudad de México. 

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