Capítulo 6. ¡Nos quedamos dormidos!

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 Desperté porque el brazo derecho se me había entumecido por completo. Me levanté a apagar tranquilamente la televisión, cuando vi a la persona que estaba en el otro extremo del sillón de tres plazas. La persona que había dormido junto a mi toda la noche. En aquel momento recordé que ella jamás había salido de mi casa...

¡Ella literalmente había pasado la noche conmigo!

Bien, sabía que en situaciones embarazosas y fuera de lo común lo principal siempre es mantener la calma. Aunque no tenía  que alarmar a mi chica de más, no pude evitar entrar en pánico.

—¡Despierta, Adriana! ¡Nos quedamos dormidos! ¡Dormidos!—dije tomándola de forma brusca de los hombros.

Mi pobre novia tardó varios minutos en entender por qué me encontraba en pánico. Su sueño era profundo y se notaba que lo estaba disfrutando, hasta que llegué a interrumpirlo de aquella forma que nada tenía que ver con el romanticismo de la noche anterior.

Cuando por fin estuvo en sus cinco sentidos coincidió conmigo en que quedarse toda la noche en mi casa no había sido lo mejor, porque se prestaba a malas interpretaciones. Pero a pesar de coincidir en ese punto, ella se veía mil veces más tranquila que yo. El «hombre de la relación» caminaba de un lado a otro como gallina sin cabeza, esperando que cuando sus papás la vieran llegar a casa, no pensaran mal de ella. Eran las 6:15 de la mañana cuando terminé de ponerme el uniforme y salimos rumbo a su casa. Realmente estaba preocupado por ella. En mi «ingenioso plan» del día anterior no figuraba que pasaría después, cuando la magia terminara de esfumarse con la noche. No paré de decirme «estúpido» durante todo el camino.

Cuando finalmente llegamos, insistí en pasar con ella a su casa y hablar con sus papás. La culpa me invadía de pies a cabeza. Era cierto que yo había invitado a Adriana con segundas intenciones a mi casa, pero al final, no había sucedido nada y no era justo que castigaran a Adriana por algo que no fue más que un descuido. Le dije que estaba dispuesto a echarme la culpa con tal de que ella estuviera bien, pero ella lo rechazó por completo.

—Prefiero hablar con mis papás yo sola. Los conozco mejor que tú. Son mis papás. No me lo tomes a mal, amor, pero es la verdad. Probablemente llegue más tarde a la escuela, no creo que me dejen faltar a clases, pero van a querer saber a ciencia cierta en donde estuve las últimas doce horas.

A veces su sentido común me hacía quedar como un completo idiota. Ella tenía razón en todo. La dejé hacer. Me despedí de ella en la puerta de su casa y me dirigí sólo a la escuela.

Llegar a la escuela y pasar las primeras horas de clases sin saber que estaba ocurriendo con Adriana era la mejor definición de tortura. Los minutos volvieron a avanzar a paso de hormiga, igual que en la tarde anterior. La tranquilidad volvió a mí cuando en la clase de física, a través de la ventana junto a mí,  pude ver a Adriana subir con sus padres al edificio administrativo. Esto sólo significaba una cosa: iban a Dirección. Me esforcé en verlos un poco mejor a través de aquel cristal opaco, dándome cuenta que ella llevaba puesto ya el uniforme de la escuela. Sin duda la visita era por un solo motivo: justificar que llegara tarde a clases.

Aunque sabía muy bien que desde donde me encontraba ni ella ni sus padres podían verme, la culpa y la vergüenza me hicieron esconder la cabeza tras la ventana.

Pude ver a Adriana en el último cambio de clases antes del recreo. Moría por saber qué había sucedido en su casa. ¿La habían castigado? ¿No podría volver a verla? ¿Le pedirían que terminara su relación conmigo? Al parecer ninguna de las anteriores.

—¿Qué les dijiste?

—La verdad

—¡La verdad! ¿Cómo te atreviste?

—Relájate. ¿Qué hay de malo en decir la verdad?

Buen golpe. Evidentemente ella no había entendido hasta qué punto verdaderamente habían llegado mis segundas intenciones. Para ella todo se trató de un pretexto de mi parte para pasar una tarde de películas, darnos besitos y tocarnos en partes prohibidas. Desde esa perspectiva, cualquiera podría decir que no había mucho problema con la verdad.

—¿Y qué te dijeron? — me limité a preguntar.

—Que fuéramos más responsables con el tiempo la próxima vez, y que, aunque se había visto pésimo que yo aprovechara que tus papás no estaban para quedarme en tu casa, fuese intencional o no, no tiene que volver a suceder.

No supe qué más decir o preguntarle y, como siempre, ella lo notó.

—Jamás les tendremos que mentir —dijo—, ellos confían en nosotros. Saben que eres un muchacho súper respetuoso y que no intentarías otra cosa, pero, sobre todo, confían en mí, en su hija.

Lo que pasó a continuación en mi interior es algo que ni yo mismo puedo entender del todo. Por un lado me sentía bien porque mi novia no hubiese sufrido las consecuencias de mis descuidos, pero por el otro lado me molestaba que sus papás pensaran en mí como el chico bueno que no se atrevería a hacer nada indebido con su nena. Otra vez, alguien me veía como el osito de peluche sin pene de la niña más lista del salón. Habíamos sido un par de adolescentes que pasaron la noche solos, ¿en serio no habían considerado las posibilidades? Sentía como la sangre se me subía a la cabeza y coloreaba en rojo mis facciones. 

Buenos muchachosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora