Capítulo 7. El oso de peluche.

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     En la última hora antes del recreo, el profesor de educación física no tuvo más remedio que sacarme de la clase, después de que le diera un codazo en el pecho a un miembro del equipo contrario, que terminó sin aire mientras jugábamos fútbol. Todo por una razón: no podía quitarme la autopercepción de ser un osito de peluche sin pene.

      En la hora del recreo era evidente que los afectados iban a querer masacrarme. Y una pequeña bolita de muchachos comenzó a formarse alrededor de mí. Germán, como siempre, era el que iniciaba los interrogatorios. Su habilidad para hacer las preguntas correctas en el momento correcto era increíble, casi un don, por eso los demás lo seguían, porque sabía cómo enterarse de las intimidades de los demás. Aquel que diga que a los hombres no nos gusta el chisme evidentemente está mintiendo.

     —Nadie puede actuar con la frustración de Javier y decir que todo está bien— dijo Germán.

     —Algo te sucede Javi. Sudas coraje por los poros. Tu sudor de seguro sabe a coraje.

     —¿Problemas en el paraíso, campeón?

     —No jodan. No estoy de humor.

     —No te preocupes. Ya nos respondiste, pequeño saltamontes—dijo Germán, palmeando mi espalda—, de seguro Adriana ya se dio cuenta de que anda con un perdedor y lo terminó, muchachos.

     Sabía perfectamente lo que Germán intentaba: picarme el orgullo para ver que salía de mi boca y aunque todos mis sentidos gritaban que no dijera nada, que los ignorara por completo, no hay nada más traicionero que el orgullo de macho lastimado. Quizá no fuese un osito de peluche sin pene, pero, como cualquier machito de dieciséis años, era un muñequito de acción con un solo botón, y cuando alguien sabe cómo presionar ese botoncito, el muñeco dice todo, incluso lo que no debería contar.

     —Para su información, Adriana estuvo conmigo anoche.

     —¿Y luego? —respondió Germán con su estúpido tic en el ojo.

     —Toda... la... noche — insistí.

      Al ver que nuestra mesa guardaba silencio en espera de más detalles o de la confirmación de lo que sus cabecitas ya imaginaban rematé:

     —Usen su imaginación.

     Las expresiones de asombro se asomaron al momento en todas sus caras. Claro que usaron su imaginación. Todos volteaban a ver a Germán, quien buscaba en mi rostro una señal que delatara la mentira, señal que no aparecía debido a la frustración que me cargaba en aquel momento, y al no encontrar lo que buscaba dio su aprobación al grupo con un movimiento de cabeza. El pequeño saltamontes decía la verdad, según ellos. En ese momento me convertí en un dios para aquellos muchachos. Sólo pedí algo a cambio de aquella morbosa confesión: silencio y discreción.

     —Somos una tumba—respondió Martín seguido por todos los demás muchachos.

     A la hora de la salida el tema ya estaba completamente olvidado para mí, pero volvió a mi mente mientras buscaba a mi novia. Justo antes de llegar hasta donde ella estaba, una multitud de niñas se fue tras ella, mientras a mí se me acercaban conocidos y desconocidos. El chisme había corrido como pólvora.

     —Javier, cuéntanos sobre Adriana y tú.

En primera fila de aquel nuevo interrogatorio estaban Martín y Germán, mis «amigos».

     —Chicos, les dije que no abrieran la boca.

     —Si tú llegaste hasta el final, nosotros debemos hablar hasta el final — me respondió Germán.

     En ese momento levanté la mirada y mis ojos se cruzaron con los de Adriana. Noté toda la decepción que me tenían aquellos ojos cafés que antes me habían visto con amor, orgullo y hasta devoción. Salí a empujones de aquella multitud para ir tras mi novia, pero ya no estaba en donde la había visto. Había salido de la multitud de chicas que la habían rodeado y ahora no sabía en dónde podía encontrarse. Entonces, en lo más profundo de mi corazón, supe que algo se había roto y no sabía si sería capaz de repararlo. 


***

Espera un nuevo capítulo todos los sábados a las 9:00AM, hora de la Ciudad de México. 

Buenos muchachosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora