Historia #9

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Era de día, el sol ascendía en la coronación a rey de la galaxia. Durante su apogeo, el éxtasis y la felicidad le hicieron traición a su compostura desencadenando una tormenta solar en ráfagas descomunales de fuego y de ira. La emoción fue tal que desbordó a sus súbditos bañándolos en un caos poco peculiar, entre ellos se encontraba la tierra.

El planeta verde o así era como le decían sufrió el impávido amor de una estrella. Las personas en un amanecer vieron caer un manto entero de dolor y sufrimiento. La sociedad, atónita, veía como los bosques se quemaban hasta el punto de derretirse y evaporarse, los pájaros perdían las plumas, el calor era tal que derretía sus picos y sus patas, los mares inmediatamente se hicieron desiertos sin él rastro de algún animal, las ciudades se derretían dejando aromas tóxicos los cuales se desvanecían sin dejar rastro de su existencia, sin dejar ciudad. Las ráfagas venían en secuencias pausadas, sin embargo, los incendios que provocaban dejaron un abrebocas del infierno terrenal. El amanecer estaba en su apogeo.

Al llegar la segunda ráfaga, la mitad del mundo ya había sucumbido frente al gran rey sol. Las personas corrían sin saber que la muerte les llegaría a todos, las personas le daban la espalda a la gran estrella, inútil intento de salvarse, contemplaban con la desesperación como las ráfagas quemaban su cuerpo entero, derritiéndoles la nuca, las piernas, incendiando su cabello, estas gritaban con un horror nefasto, al saber que necesitaban de solo cinco segundos para morir o desaparecer de la faz del planeta, el tiempo se había transfigurado en sus caras puesto que en los tres segundos ya el fuego fatuo estaba atravesando sus costillas abriéndose paso hasta su corazón y pulmones, sabían que en el cuarto la mano invisible acariciaba su corazón y que la corteza cerebral se enfrentaba a al mayor problema de su vida: enfrentar su vida, en el quinto nadie supo, ni nadie sabrá porque ya no existía el ser humano. Muchos en el segundo intentaban suicidarse, pegándose un tiro, abriéndose el cuello o desnucándose, sin embargo, sus brazos ardiendo, siendo los huesos, no permitían tales acciones, solo restaba esperar como las ráfagas consumían sus vidas. Lo último que se sabía es que los que dieron la espalda tuvieron una muerte menos dolorosa a quienes impetuosos recibieron con brazos abiertos el amanecer. Los ocultos murieron ahogados y quemados, ni su perspicacia pudo ganar contra el poder del sol.

Ni núcleos, ni planetas, ni lunas quedaron. Imperaba el vacío cósmico y la tristeza de haber asesinado a todos sus súbditos. El sol en aquella tristeza reventó, suicidándose en el acto, la sangre cubrió la vía láctea siendo ahora una pintura antagónica, contemplada en el museo de astrología.

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