7. Investigando

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‒Podrías haberte ahorrado el portazo, ¿no?‒ le dijo Silvan, cuando ya llevaban un buen rato de camino a Edhelia.

‒No.‒respondió ella furiosa.‒Se lo ha buscado por darme una respuesta tan confusa. ¡Es un maldito sabio! Se supone que tiene que dar respuestas claras, no acertijos indescifrables.

‒Así hablan los sabios. Saben tanto que les es muy difícil condensar toda su sabiduría de manera que la gente normal lo pueda entender.

‒Pues lo siento, pero creo que hemos perdido el tiempo... con todas las molestias que te tomaste para sacarme de casa.

‒No importa, lo volvería a hacer una y mil veces más.

Aquello logró animarla y se giró para sonreírle.

‒Eres el mejor.

Él se sonrojó, pues no se esperaba algo así.

‒No... no digas chorradas.

‒Lo digo en serio.‒dijo mirando al frente e instándole a Irvial a que fuera más rápido.‒Siempre has estado ahí. Me has aguantado hasta en mis peores momentos, callas mis secretos y me estás ayudando a hacer la mayor locura que un nerephin pudiera hacer... pero también es lo único que ahora podría ayudarme a no volver a caer en el vacío. Eres un amigo de verdad, Silvan, de esos que son tan escasos como una flor entre la nieve, pero que valen más que todas las estrellas del cielo. Creo que no te lo digo muy a menudo, que no te demuestro lo importante que eres para mí...

Silvan se había puesto rígido, el corazón le latía a mil por hora... por un momento había creído que ella, por fin, le iba a confesar sus sentimientos ocultos hacia él. Pero se sentía afortunado de que al menos apreciara todo lo que hacía por ella, aunque estuviera tan ciega como para creer que para él, era sólo una amiga. Era mucho más que eso. Era incluso más que un amor imposible. Era un infinito atrapado en un pedacito de cielo. Ese pedacito que a veces se ve en los charcos de lluvia y que si se pisa te puede llevar allí donde las estrellas son sólo una. Eso era ella. Si no se daba cuenta en el momento en el que cruzasen Veradhëm, Daelie debía revisarse la vista.

‒Bueno, bueno, no te pongas sentimental.‒le dijo Silvan, mirando hacia otro lado.‒Ya sé que soy lo mejor que te ha pasado, pero no me adules tan descaradamente, mujer.

Los dos se rieron, y por un momento, olvidaron sus inquietudes. En esos momentos en los que sus risas eran un eco entre las montañas del valle, a Daelie sólo le importaban tres cosas: Silvan, Irvial y los hermosos colores del anochecer.

Volvieron a casa justo en el momento en el que el clon de Daelie, que estaba fregando los peldaños de las escaleras, se deshacía en un charco de agua. La fregona cayó con un estrépito por la escalera y Daelie se apresuró a cogerla y a fingir, lo mejor que supo, que había estado un buen rato fregando. En ese momento, Derva pasó por la entrada y la vio.

‒¿Todavía vas por ahí? Mamá tiene razón, eres más lenta que un caracol asqueroso dando un paseo sobre una babosa.

‒¡Oh, hermanita! ¡Si estás viva! Creí que te había comido aquel ratoncito.

Dicho esto, Daelie se puso a tararear una alegre melodía mientras seguía fregando los peldaños. Aquello no pudo molestar más a Derva, que se marchó por donde había venido. La chica sonrió, triunfante, pero minutos más tarde Deëhl subió la escalera desvergonzadamente, pisando lo mojado. Pero no le importó, porque había burlado a todos en su familia y ninguno se había dado cuenta. Cuando acabó todas las demás tareas que le habían asignado, cenó las sobras que le habían dejado en las cocinas y se dejó caer rendida en su cama. Entonces vio un resplandor en su cuenco de agua, era una llamada de Ethel, que contestó de inmediato.

Río IncendiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora