11. Peter Pan

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−Bueno, ¿me vas a contar de una vez cómo te ha ido? Llevas en silencio desde que has llegado.

Ella salió de su ensimismamiento, pero seguía sonriendo como una tonta.

Llevaban ya un buen rato caminando por Herlanis, que bullía de gente ultimando los preparativos para el festival.

−Lo siento… es que ha sido demasiado especial como para expresarlo con palabras.

−Se te da genial eso de dejarme en ascuas.−se quejó Silvan, en broma, mientras arrastraba a los dos animales calle arriba.

−Bueno… he hablado con él.−dijo, evitando decir Padre Fuego, para que nadie sospechase.− Y me ha tratado como si fuera su hija de verdad, quiero decir, como yo siempre hubiera querido que me tratase mi padre.

Silvan sonrió, y fue una sonrisa de sorpresa, más que de otra cosa. Nunca se le había pasado por la cabeza que el fuego pudiera ser tan amable. En parte, porque desde pequeño, le habían enseñado a temerlo y odiarlo.

−Pero eso no es todo.−hizo una pausa, y luego añadió.− Me ha enseñado la manera para cruzar Verädhem.

El corazón del muchacho dio un vuelco. No pensó que aquello fuera a suceder tan rápido, y sin embargo, fue consciente de que Daelie querría irse cuanto antes. El miedo se adueñó de él.

−¿Ah, sí?−titubeó.− ¿De verdad?

Ella asintió, y Silvan detectó una chispa de luz en los ojos violetas de la chica que nunca antes había visto. Parecía estar ebria de felicidad, apenas si podía controlar su desmesurada sonrisa, que estaba empezando a inquietar a los herlanitas que se cruzaban.

−Volando.

El muchacho no pudo reprimir una exclamación de sorpresa.

−¿Quieres decir que has… volado?

Daelie asintió de nuevo y Silvan se imaginó la escena en su cabeza, boquiabierto.

−¿Y cómo lo has hecho?−preguntó, emocionadísimo.

−No he tenido que hacer ningún pase mágico, ni aprender ningún hechizo especial… simplemente he tenido que dejar de negar que soy hija del fuego y del agua, y eso ha bastado para hacerme flotar en el aire.−susurró, sin poder contener su alegría.− Me ha contado una leyenda preciosa sobre nosotros, los elfos, te la contaré en el camino de vuelta a Edhelia.

Silvan no dijo nada, simplemente miró los banderines y estandartes que colgaban por todas partes y suspiró.

−Oye… ¿por qué no lo celebramos? Es decir, es todo un logro. No todos los días uno consigue volar. Además, esta noche se abren los festejos de Herlanis, ¿por qué no nos quedamos al baile de apertura?−propuso, con timidez.

−Creía que no te gustaban los bullicios.−dijo ella, divertida.

−Ya, pero no sé… Nos vamos a ir por mucho tiempo, y quién sabe cuándo podremos volver. Antes de tener que enfrentarme a los peligros de esta descabellada aventura, me gustaría tener unos momentos agradables contigo.

Ella sonrió, la idea comenzaba a sonar tentadora.

−Bueno, tus padres no nos dijeron hora para volver. De hecho, creo que querían que viniéramos, y ya que me lo pones así, podríamos quedarnos, sí. Un poco de diversión nunca viene mal. Nos vendrá bien para recargar energías.

Silvan casi dio un salto de alegría, no se podía creer lo fácil que había sido convencerla.

−Pero mañana por la noche, sin más demora, nos marcharemos, ¿entendido?

Río IncendiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora