La boda había tenido lugar en el último día del verano, así pues, comenzaba un nuevo curso en la Escuela de Artes Élficas. Cuando el sol entró por la ventana aquella mañana, le dio de lleno a Daelie en la cara, y ella se tapó con las sábanas hasta la cabeza, pues sabía exactamente lo que eso significaba. No quería volver a clase. No porque se le diera mal controlar a veces sus poderes, que también, sino más bien porque no se sentía con fuerzas para soportar otro año de insultos y bromas. Sí, porque eso de ser la última rata en su casa se extendía también a las clases. Todos sabían que era diferente, aunque ninguno se había hecho a la idea hasta qué punto lo era. Si en su familia la trataban así de mal, imaginaos en la escuela. Los jóvenes elfos pueden llegar a ser tan crueles como nosotros, si se lo proponen. Y a pesar de la serenidad que suele caracterizar a los nerephin, las apariencias son tan importantes para ellos, que si alguien se sale de la norma, pueden ser todo lo desagradables que quieran con él. Pueden llegar a quemar con agua fría, si se lo proponen. Y Daelie no podía dejar de ser diferente, igual le ocurría a Silvan, por mucho que tratara de ser normal, sus orejas más redondeadas que las de los demás le delataban.
Tampoco podían buscar refugio en los profesores, tan conservadores y tradicionales, que no veían con buenos ojos a alumnos tan "problemáticos" como ellos. Poco a poco los dos aprendieron a callar, a sufrir en silencio y apoyarse el uno al otro. No se podían defender, porque a la mínima que hicieran sabían que los expulsarían, pero a veces, a Daelie le daban ganas de cocerlos a todos en una gran perola y dárselos de comer a las sirenas carnívoras de la Bahía Blanca.
La joven al fin sacó la cabeza de entre las sábanas, consciente de que si no se levantaba pronto, Eldiva la sacaría de la cama tirándole del pelo. El único consuelo que le quedaba era que aquel sería su último año en aquel infierno. Después sería libre.
Con pereza, se levantó y se estiró como un gato. Se duchó con su propia agua y se vistió con una túnica sencilla de color azul. Por comodidad, se recogió la larga melena en una trenza y bajó a desayunar. Casi todos estaban ya en el comedor, excepto Alirion, que ya no vivía con ellos.
‒Buenos días.‒ les saludó, sin mucho entusiasmo.
Le contestaron con un gesto de la cabeza y ella tomó asiento entre Deëhl y su padre. Pronto llegó una de las criadas y le sirvió el desayuno. El silencio reinaba en la sala. De haber tenido una familia más normal, hubiera ardido en deseos de hablar con ellos mientras desayunaban juntos, pero agradecía enormemente que no solieran preguntar nada. No tenía nada que decirles a aquellos que no querían escucharla. Nadie podía levantarse mientras los padres no terminasen, y aquel día Daelie había desayunado demasiado deprisa, y le tocó esperar. Fijaos bien, ¿no os parece que Eldiva está comiendo demasiado despacio adrede? A la pobre muchacha se le hizo eterno, y temía llegar tarde a clase. Al fin, los padres se pusieron de pie.
‒Tened un buen día en la escuela.
‒Gracias.‒dijeron los tres a coro, levantándose también.
Cuando salían, Deëhl le puso la zancadilla a Daelie, que hubiera caído de no ser porque se agarró a tiempo al marco de la puerta.
‒Haz el favor de tener más cuidado.‒ le reprendió Eldiva.‒No pienso comprarte más túnicas.
Sus hermanos se rieron cruelmente de ella cuando sus padres ya no podían oírles. Pero Daelie no dijo nada, se enderezó y mirándoles con malicia, tomó otro camino para salir.
Silvan ya la estaba esperando en el jardín.
‒Buenos días, sangre templada.‒le saludaron burlones Derva y Deëhl.
Él ni siquiera levantó la cabeza del libro que estaba leyendo, sentado al pie de un árbol. Sabía que no hacer aprecio, es en realidad el mejor desprecio. Los dos, efectivamente, se decepcionaron al ver que él no les hacía caso, y fueron a las cuadras para coger el mejor unicornio y fastidiar a Daelie. Pero ella se les había adelantado, y apareció galopando en Irvial, el más veloz y noble de ellos. Los dejó con la boca abierta y al pasar por donde estaba Silvan, se agachó y con fuerza, lo cogió del cuello de la camisa y lo subió a la grupa.