‒Buenas tardes, señora Blade, ¿está Silvan listo ya?
‒Pasa, querida. Ahora mismo voy a llamarle, puedes esperarle en el salón.
‒Muchas gracias.
Daelie se sentó en lo que la familia de Silvan llamaba sofá. Le encantaba ir a esa casa, porque era una bonita mezcla entre lo mejor de la decoración nerephin y la humana. Le fascinaba la tecnología tan avanzada de los humanos, y siempre que podía le presionaba a Silvan para que le mostrara su funcionamiento, aunque él no siempre estaba muy por la labor... ya sabéis cómo es el muchacho. En el poco rato que tardó en bajar, Daelie ya había reparado en un nuevo aparato extraño.
‒Livianith.‒ la saludó al entrar en el salón.
‒Livianith..‒dijo ella levantándose. -Oye, ¿eso es nuevo, verdad?
‒Ah, sí... lo trajo ayer mi padre. Es una televisión, con ella se pueden ver imágenes en movimiento y con sonido. Aunque papá aún no ha logrado que coja la señal de la Tierra.
‒Fascinante...¿cómo trae todas estas cosas de su planeta?‒ dijo acercándose con cuidado a él.
‒De la misma manera por la que vino él a este mundo tan lejano al suyo: por un vórtice secreto.
‒Nunca me lo habías contado.
‒Nunca me lo habías preguntado.
‒Está bien, ¿me lo cuentas por el camino? No hagamos esperar más a mi hermana.
‒Claro.‒dijo echándose al hombro la mochila donde llevaba todo lo necesario. Luego gritó.‒Mamá, nos vamos ya.
Laia corrió a despedirles a la puerta.
‒Bueno, queridos, que os vaya muy bien y aprended mucho. Silvan, pórtate bien, que la hermana de Daelie ha sido muy amable en acceder a darte clases a ti también.
‒Lo sé, mamá, hasta luego.
‒Adiós, señora Blade.
Los dos se subieron en Irvial y fueron casi a galope. Mientras, Silvan le iba contando a Daelie cómo su padre, que vivía en la Tierra, se cruzó por accidente con un vórtice que le trajo hasta su mundo, justo en el lugar donde Laia estaba recogiendo frutos silvestres. Y que nada más verse, se enamoraron. Ella le ayudó, acogiéndole en su casa, y terminaron casándose. Aunque podía regresar a la Tierra, nunca lo hizo permanentemente, y el aire y agua tan puros de aquel mundo terminaron por afectarle, desarrollando de alguna manera esa longevidad tan característica de los elfos, aunque no del todo. El vórtice aparecía y desaparecía, pero Jordan encontró la manera de dejarlo abierto en algún lugar oculto, de manera que podía ir a ver su mundo de vez en cuando y traerse su tecnología, especialmente para que Silvan la conociera. A Daelie le pareció algo de lo más asombroso, y consiguió que Silvan reconociera que no estaba mal disponer de esos artilugios a los que nadie más tenía acceso en aquel mundo.
‒Bien, Silvan, inténtalo tú ahora.‒ le dijo Ethel.
Él tragó saliva. No quería fastidiarla delante de la hermana de Daelie. Ella se dio cuenta y sonrió con dulzura.
‒Tranquilo, si no te sale, no es el fin del mundo.
‒Eso es.‒corroboró Daelie.‒Tienes mil y una oportunidades, lo harás bien.
Así pues, Silvan respiró hondo y puso sus manos sobre el cuenco de agua que tenía delante. Cerró los ojos y se concentró.
‒Ahora pronuncia con mucha claridad el hechizo.
‒Verilam essi arbalem.
Una pequeña columna de agua emergió del cuenco. Se atrevió a abrir los ojos y sonrió al ver que había logrado la base del hechizo.