23. Sacrificio

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Los días que siguieron fueron muy complicados y atareados para todos. Daelie y los demás se instalaron provisionalmente en la casa de Silvan, donde como siempre, fueron bien recibidos por los padres de este. Se enviaron emisarios para alertar a todos los pueblos y criaturas libres, y Oswald convocó una cumbre de sabios de todas las razas para tomar decisiones rápidas pero eficaces. Como era de esperar, aunque la guerra las unió, hubo aún algunos roces entre los nerephins y los pýronums... algunos en forma de pequeñas reyertas sin importancia y otros en reuniones apasionadas de antiguos amantes separados por la ya histórica muralla.

Día tras día llegaban más y más aliados, equipados con sus mejores armamentos y soldados. Los líderes de cada ejército también se reunieron con urgencia, pues debían idear una estrategia de guerra lo suficientemente buena como para derrotar a unos seres que eran cientos de veces más grandes y fuertes que ellos, lo cual como podéis imaginar, no fue tarea fácil.

Tanto los elfos de fuego como los de agua acogieron en sus casas a los supervivientes de ataques de gigantes que empezaron a llegar desde remotos territorios. También proporcionaron sustento y cobijo a soldados, magos y hechiceros extranjeros en la medida de lo posible.

Todo el mundo participaría en la defensa de lo que quedaba de territorios sin invadir, y si lograban detener su avance, cuando se recuperasen harían todo lo necesario por reconquistar las demás regiones y restaurar la paz. Hubo sabios en contra de la guerra de exterminio, pero en una situación tan crítica como esa, pronto se llegó a la conclusión de que sería la única manera de asegurar la futura armonía de aquel mundo.

Entre tanto, nuestros amigos también se apresuraron en prepararse para el enfrentamiento. Silvan y Daelie iban todos los días a casa de Ethel para seguir practicando su magia, un tanto oxidada, mientras Nevin perfeccionaba sus técnicas de lucha con los soldados y aprendía a montar sobre Oryll. Livia y Levia no dejaban de protestar, pues también querían ayudar, pero quedaron relegadas a la función de idear nuevas armas y artilugios que les pudieran servir en la batalla. Serían conducidas a una burbuja protectora que se había creado a unos cuantos kilómetros de allí, junto con el resto de niños, ancianos, embarazadas y enfermos, antes de que comenzara la contienda. Los jóvenes tendrían que luchar para disgusto de muchos, iban a necesitar toda la ayuda que pudieran conseguir.

Una nublosa mañana, los oráculos y videntes anunciaron a la vez que habían visto en sueños el día en que los gigantes llegaban a sus dominios: sería dentro de tres días y el primer lugar que atacarían sería la aldea pýronum de Suwel. El pánico fue generalizado, pues ninguno de ellos quiso revelar el resultado de aquella batalla, y lo tomaron como el peor de los augurios. Trataron de terminar de preparar lo que les quedara por hacer lo más rápidamente posible y llegaron los últimos aliados. Aun así, había algo que les animaba: el factor sorpresa. Hasta ahora, nadie había osado hacerle frente a los gigantes, no se esperarían la intervención de nadie.


La noche antes de la batalla, Daelie y Nevin, tumbados sobre el tejado, trataban de no pensar en lo que se les venía encima, pero les fue completamente imposible. Miraban las estrellas e incluso su brillo mortecino les recordaba con sorna que al día siguiente se decidiría el futuro de las especies y de aquellas tierras, y aunque no siempre les habían sido favorables, seguía siendo su hogar.

-Si mañana muero, quiero que sepas que te amo tanto que me duele.-le dijo él.

Ella le apretó la mano.

-¡Ni se te ocurra pensar que vas a morir! No tientes a la Dama de Blanco de esa forma tan peligrosa.

Él sonrió con amargura.

Río IncendiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora