Capitulo 1.

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No hay nada como preparar un café perfecto. Y, desde luego, no hay nada como el café perfecto que prepara una de las cafeteras con aspecto de nave espacial que tengo delante. Llevo días viendo cómo Sylvie, la otra camarera, completa la tarea sin problemas mientras habla, coge otra taza y teclea el pedido en la caja. Pero yo sólo consigo hacer un desastre, de café y del área que rodea la cafetera.

Fuerzo el cacharro del filtro maldiciéndolo y se me resbala, con lo que todo se llena de café molido.

—No, no, no —mascullo para mis adentros mientras cojo la bayeta que llevo en el bolsillo de mi delantal.

El húmedo trapo está marrón, lo que delata las miles de veces que hoy he tenido que limpiar mis desastres.

—¿Quieres que lo haga yo? —La voz divertida de Sylvie repta sobre mis hombros y los dejo caer.

No hay manera. Por más que lo intente, siempre acabo igual. Esta nave espacial y yo no nos llevamos bien.

Suspiro de forma dramática, me vuelvo y le paso a Sylvie el gran cacharro de metal.

—Lo siento. Este trasto me odia.

Sus labios de color rosa intenso se separan para formar una amable sonrisa, y su moño negro brillante se mueve mientras niega con la cabeza. Tiene más paciencia que un santo.

—Ya la dominarás. ¿Quieres limpiar la siete?

Me pongo en marcha, cojo una bandeja y me dirijo hacia la mesa recién desocupada con la esperanza de redimirme.

—Me va a despedir —susurro mientras cargo la bandeja.

Sólo llevo cuatro días trabajando aquí pero, cuando me contrató, Del dijo que únicamente me llevaría unas horas del primer día hacerme con el funcionamiento de la cafetera que domina el mostrador posterior de la cafetería. Ese día fue horrible, y creo que Del comparte mi opinión.

—Claro que no —replica Sylvie. Pone en marcha la máquina y el sonido del vapor atravesando a toda velocidad el conducto de la espuma inunda el establecimiento—. ¡Le gustas! —exclama.

Coge una taza, después una bandeja, luego una cuchara, una servilleta y el chocolate en polvo, y todo mientras hace girar la jarra de leche metálica sin ningún problema.

Sonrío mirando la mesa y le paso la bayeta antes de recoger la bandeja y regresar a la cocina. Del me conoce desde hace sólo una semana, pero ya ha dicho que no tengo nada de maldad. Mi abuela dice lo mismo, aunque añade que más me valdría desarrollar un poco porque el mundo y la gente que lo habita no siempre son buenos y amables.

Dejo la bandeja a un lado y empiezo a llenar el lavavajillas.

—¿Estás bien, Harry?

Me vuelvo hacia la ronca voz de Paul, el cocinero.

—Muy bien. ¿Y tú?

—De maravilla —dice, y continúa silbando y fregando las ollas.

Sigo colocando los platos en el lavavajillas y me digo a mí mismo que todo irá bien siempre y cuando no me acerque a esa máquina.

—¿Necesitas algo antes de que me vaya? —le pregunto a Sylvie al verla entrar por la puerta de vaivén.

Envidio el hecho de que sea capaz de desempeñar todas sus tareas con tanta facilidad y presteza, desde lidiar con esa maldita cafetera hasta apilar las tazas sin siquiera mirarlas.

—No. —Se vuelve y se seca las manos en el mandil—. Vete tranquilo. Nos vemos mañana.

—Gracias. —Me quito el delantal y lo cuelgo—. Adiós, Paul.

A Desired NightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora