Capítulo 3

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La extraña sensación que todavía me invadía desde la noche del viernes desapareció al instante al oír a mi abuela pronunciar mis cinco palabras favoritas el sábado por la mañana: «Vamos a dar una vuelta».

Paseamos, descansamos, nos tomamos un buen café, paseamos un poco más, comimos algo, tomamos más café, volvimos a pasear y, finalmente, llegamos a casa a la hora de cenar con un menú para llevar de fish and chips de la tienda local. El domingo ayudé a mi abuela a unir los retales de la colcha que ha estado tejiendo para un soldado destinado en Afganistán. No tiene ni idea de quién es, pero todos los jubilados del barrio se escriben con algún soldado, y a ella le pareció que sería bonito que el suyo tuviese algo que lo protegiera del frío... en el desierto.

—¿Te has metido el sol en los calcetines, Harry? —pregunta mi abuela cuando entro en la cocina listo para irme a trabajar el lunes por la mañana.

Miro mis Converse amarillo canario nuevas y sonrío.

—¿A que son chulas?

—¡Preciosas! —se ríe, y deja mi cuenco de cereales sobre la mesa del desayuno—. ¿Cómo tienes la rodilla?

Me siento, me doy unos golpecitos en la pierna y cojo la cuchara.

—Perfectamente. ¿Qué vas a hacer hoy, abuela?

—George y yo iremos al mercado a comprar limones para tu pastel.

Coloca una tetera sobre la mesa y me sirve dos cucharadas de azúcar en la taza.

—¡Abuela, yo no tomo azúcar! —Intento apartar la taza de la mesa, pero las viejas manos de mi abuela son demasiado rápidas.

—Tienes que engordar un poco —insiste. Vierte el té y empuja la taza hacia mí

—. No discutas conmigo, Harry, o te pondré sobre mis rodillas y te daré unos azotes.

Sonrío ante su amenaza. Lleva veinticuatro años diciéndomelo y nunca lo ha hecho.

—También hay limones en la tienda del barrio —señalo como si tal cosa, y me meto una cucharada llena en la boca para no seguir hablando. Podría decir muchas más cosas.

—Tienes razón. —Me observa brevemente con sus ojos azul marino antes de sorber el té—. Pero quiero ir al mercado, y George se ofreció a llevarme. Y se acabó la conversación.

Hago lo imposible por aguantarme la risa, pero sé cuándo es mejor que me calle. El viejo George adora a mi abuela, aunque ella es muy seca con él. No sé cómo no se cansa de que lo mangonee. Ella se hace la dura y finge desinterés, no obstante sé que el cariño que el anciano siente por mi abuela es bastante correspondido. Mi abuelo falleció hace siete años, y George jamás ocupará su lugar, pero a mi abuela le hace mucho bien tener un poco de compañía. Perder a su hija la sumió en una terrible depresión y, a pesar de todo, el abuelo cuidó de ella y sufrió en silencio durante años, asumió su propia pérdida y su dolor en privado hasta que su cuerpo no pudo más.

Entonces sólo le quedaba yo, un adolescente que tenía que apañárselas solo..., cosa que no se me dio demasiado bien en un principio.

Empieza a llenarme el cuenco con más cereales.

—Iré al club de los lunes a las seis, así que no estaré en casa cuando vuelvas de trabajar. ¿Te prepararás tú la cena?

—Claro —contesto mientras coloco la mano sobre el cuenco para que no me eche más copos—. ¿George también va?

—Harry... —me advierte con tono severo.

—Perdón. —Sonrío.

Ella me mira enfadada y niega con la cabeza. Sus ondas grises se mueven alrededor de sus orejas.

A Desired NightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora