Capítulo 7.

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Me repongo de mi asombro y examino la estancia. Veo la enorme cama con la cabecera de piel, la lámpara de araña que pende del techo y unos ventanales desde el suelo hasta el techo que ofrecen unas magníficas vistas de la ciudad. No debería estar tan sorprendido. Imaginaba que este lugar sería palaciego, pero no sabía hasta qué punto. Hay dos puertas al otro extremo de la habitación, y decido que una de ellas debe de dar a un cuarto de baño.

Recorro la mullida moqueta de color crema y abro la primera puerta a la que llego, intentando con todas mis fuerzas evitar mirar la inmensa cama. No es un baño, sino un ropero, si es que a un espacio de tal tamaño puede considerárselo así. El recinto cuadrado tiene armarios de madera de caoba que ocupan todo lo alto de la pared y estanterías ordenadas en tres paredes con un mueble independiente en el centro y un sofá al lado. Sobre la superficie del mueble hay decenas de cajitas pequeñas abiertas que exponen gemelos, relojes y alfileres de corbata. Tengo la sensación de que, si moviese una sola de esas cajas, él lo notaría.

Cierro la puerta rápidamente, me apresuro hasta la siguiente y me encuentro con el cuarto de baño más majestuoso que he visto en toda mi vida. Dejo escapar un grito ahogado de asombro y los ojos se me salen de las órbitas. Una bañera gigante con patas de tipo garra descansa, soberbia, junto a la inmensa ventana. Los grifos y los escalones que permiten entrar en ella son de oro. Las paredes de la ducha están adornadas con un mosaico de baldosas de color crema y dorado. Intento asimilarlo todo, pero no puedo. Es demasiado. Es como una casa de exposición.

Tras lavarme las manos, me las seco con cuidado y estiro la toalla para no dejar nada fuera de su sitio.

Al salir de la habitación, me detengo al encontrarme cara a cara con Louis. Tiene el ceño fruncido otra vez.

—¿Estabas fisgoneando? —pregunta.

—¡No! Estaba usando el baño.

—Eso no es el baño, es mi dormitorio.

Miro hacia el pasillo y cuento dos puertas delante de la que estoy.

—Me has dicho la tercera puerta a la derecha.

—Sí, y ésa es la siguiente. —Señala la puerta contigua y yo la miro completamente confundido.

—No. —Me vuelvo y señalo en la otra dirección—. Una, dos y tres —digo señalando la puerta que tengo detrás de mí—. La tercera puerta a mi derecha.

—La primera puerta es un armario. 

Siento que la ira me invade de nuevo.

—Pero es una puerta —señalo—. Y no estaba fisgoneando.

—Vale. —Encoge sus hombros perfectos y entorna lentamente sus ojos perfectos antes de desplazar su perfecta figura por el pasillo—. Por aquí — dice por encima del hombro.

Estoy enfadado. ¿Quién se ha creído que es? Mis Converse empiezan a recorrer el pasillo tras sus pasos, pero cuando llego al salón, ha desaparecido. Miro por todas partes y hacia todas las puertas, que quién sabe adónde dan, pero no lo veo. Todas estas sensaciones extrañas me están volviendo loco.

Ira, confusión..., deseo, pasión, lujuria.

Me dirijo hacia el recibidor dando fuertes pisadas, cojo mi bolsa de la mesa y camino en dirección a la puerta de entrada.

—¿A dónde vas? —El suave tono de su voz me eriza el vello. Me vuelvo y lo veo rellenándose el vaso.

—Me voy. Esto no ha sido una buena idea. —Se acerca algo sorprendido.

—¿Que hayas cometido un pequeño error y te hayas equivocado de puerta es motivo suficiente para marcharte?

—No, tú haces que quiera marcharme —lo increpo—. La puerta no tiene nada que ver-

A Desired NightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora